lunes, 17 de noviembre de 2014



- "Vamos a El Funeral. Mª Carmen Alcázar presenta su libro: Galatzó. Con portada de Pau..." - ¡Ah, sí! fui una vez de excursión y... - "No es de excursiones" - ¿El qué? - "¡El libro!" - Pero allí se va de excursión... ¿no? ... ¿Por qué viene Pascualita? - "Para que, si un día vuelve a su hábitat, sepa como se hace la presentación de un libro" - ¿Y tengo que llevar yo el termo de los chinos colgado al cuello...? - "Qué cruz tengo contigo"

Lo que pasó después rozó el esperpento. La cafetería estaba de bote en bote. Había bastante gente pero la mayoría del aforo eran clientes habituales que, en cuanto vieron a la abuela, levantaron los brazos haciendo aspavientos para saludarla. Me di cuenta de que llegábamos tarde porque la autora estaba, en ese momento contestando a las preguntas del presentador. Se la veía tensa y concentrada en lo que tenía que decir y la actitud de la abuela, que se paseaba entre las filas de sillas repartiendo besos, saludando a unos y a otros con la misma gracia que la Reina de Inglaterra, no ayudaba a calmarla. Por último alguien le dijo que se sentara a lo que ella respondió con un claro: ¡Grosero!

Se había echo el silencio, que ella interpretó a su manera y dirigiéndose a la autora, que se sujetaba las gafas, caídas a causa del sudor que le recorría la cara, dijo: "Puede empezar el acto" - La clá de El Funeral aplaudió con ganas mientras Conchi, su querida amiga, dejaba oir Paquito el chocolatero a través de su móvil.

Para rematar la faena, mi vecino de silla agarró el termo de los chinos diciendo: Estoy sediento. Y antes de que pudiera evitarlo, se tomó dos tragos de agua de mar, que le supieron a rayos, al tiempo que Pascualita, que entró de cabeza en la boca del pobre hombre, al encontrarse con la carne blanda de la lengua, la mordió sin compasión. Y se armó el belén. Todo fueron carreras, gritos, sillas caídas, lloros, saltos, risas de los que creían que todo formaba parte del espectáculo... Y ahí estaba Mª Carmen, impávida, poniendo al tiempo buena cara, contestando a las preguntas de Pau, tan concentrado en su papel de entrevistador, que no se enteraba de nada.

Finalmente, todo terminó bien porque de lo que se trataba era de vender libros y las colas para recibir una dedicatoria, fueron largas, aunque bifurcadas: la más larga para la autora. La otra para el dibujante y la más jaranera, para la abuela que había triunfado con su "espectáculo" Nadie se aburrió.

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