miércoles, 22 de octubre de 2014

Pascualita está insoportable desde que despertó y no encontró al sireno a su lado. No para quieta subiendo y bajando del barrilito de cristal. Sacude el agua con la cola y lo deja todo perdido. Me tira chorritos de agua envenenada cuando paso cerca y he tenido que cambiar las gafas de sol, con las que no veía mucho sobre todo los días nublados, por unas de natación.

Me la encuentro dónde menos me lo espero. Se arrastra por el suelo, reptando como un gusano, buscando a su amor por los rincones. Le dejé a Pepe para que se consolara con él y estuvo a punto de destrozarlo a dentelladas. Es verdad que la cabeza jivarizada es sosa hasta decir basta, pero es su amigo, por eso pensé que le gustaría tenerlo cerca pero Pascualita se había convertido en una máquina de matar que no razonaba (¿los peces razonan?)

Se lo conté a la abuela y le faltó tiempo para presentarse en mi casa a ponerme de vuelta y media - "Le has puesto un caramelo en los labios y se lo has arrancado de cuajo" - Pero si le dio una descarga eléctrica que por poco se la lleva al otro mundo. - "¿Y qué? ¿A quién no le gustaría morir en pleno éxtasis amoroso?" - A mi no. - "¡Que cruz tengo contigo!"

Mientras discutíamos subió Geoooorge - "¿Qué haces aquí, Unitetillo?" - Encontrar aparcamientou buenou... ¡¿Que pasar a mi antepasadou?!  - Se llevó las manos a  la cabeza horrorizado cuando vió a Pepe muy maltrecho. - ¡Yo llevar a hospital! (gemía el inglés) - "¿Al neurólogo? al fin y al cabo es una cabeza jejejejejeje" - ¡Abuela, no te rías que es su pariente!

Los empujé a ambos fuera del comedor y ayudándome con el guante de acero, metí a Pascualita en el termo de los chinos y nos fuimos. Un poco de cultura nos vendría bien a ambas. Visitamos la exposición de cuadros de Sorolla en el Gran Hotel. No había mucha gente y pude recorrer las salas recreándome en cada cuadro. Dejé que Pascualita se asomara lo justo para poder admirarlos... El mar estaba presente en cada cuadro. Daba la impresión de que si alargaba la mano me mojaría. Y lo mismo debió pensar la sirena. En su diminuto cerebro, la idea de que lo que estaba viendo era su antíguo hábitat creció hasta hacerse real y entonces ¡saltó hacia adelante estrellándose contra el lienzo!

El guardia de seguridad se acercó corriendo hacia mi, porra en mano, al ver que yo atacaba el cuadro. En realidad estaba intentando coger a Pascualita que saltaba como una loca para entrar en el agua... Salí de allí congestionada mientras una empleada me gritaba - ¡Señora, la exposición sigue en el piso de arriba! - No le hice caso y corrí hacia la calle para coger el primer autobús que pasaba sin preocuparme de su destino. Es que no podía perder tiempo porque el guardia de seguridad podía acertar con la puerta en lugar de darse contra las paredes, como hacía desde que recibió el mordisco salvaje entre los ojos, de Pascualita.

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