miércoles, 15 de octubre de 2014

A la hora de comer se presentó la Cotilla con una cesta llena de aceitunas y pasó, directamente, a la cocina. - Mira que he encontrado en el mercado. - ¿Con cesta y todo? - Pues sí. ¿qué casualidad, verdad? - Su vida está llena de casualidades muy sospechosas. - Vamos a ponerlas en ese tonelito de cristal que te dio tu abuela hace unos días... - Di un respingo. Ahí vive Pascualita. - Ya lo haré yo después. Además hay que ir a buscar las hierbas, partir la mitad de las olivas... Tendré que buscar otro barrilito... - Déjate de gaitas. - Cogió el bidón y lo vació en el fregadero.

La sirena cayó junto con las algas, la arena, las piedras, el barco hundido... A pesar del golpe que se dio, pensé que era una suerte que todo esto le cayera encima para que la Cotilla no la viera. - ¿Por qué había toda ésta porquería dentro? - Y abrió el grifo para que la arena se fuera por el sumidero, pero las algas lo taponaron y la pila empezó a llenarse de agua dulce. - ¡Quite, quite, que me lo está atascando! - Ya lo quito yo, mujer. No te apures. - ¡Que se quite le digo! - Jesús, que genio. Ya tiene razón tu abuela al decir que no hay quién te case... Mira, hago así con la mano. Recojo éstas hierbas, que ya me dirás tú para que las metíste ahí si no sirven para nada... Parecen algas. Hija mía, qué rara eres.

Al final tuve que darle un empujón a la Cotilla porque el agua no se iba. - Si tuvieras tanto interés en buscar novio como en quitar este agua, ya tendríamos tres o cuatro bisnietos, por lo menos... ¿Qué es eso? ¡Que asco! Un bicho muerto. Eso es lo que tapona el desagüe. - De un golpe de cadera me echó a un lado y cogió a una Pascualita agonizante. - ¿Pero cómo a venido a parar esta porquería al bidón? - Y sin esperar respuesta, la tiró por la ventana.

Salí corriendo escaleras abajo y al llegar al portal choqué contra la abuela. Era tal la conmoción que sentía que no había oído el concierto de bocinas que suele acompañar, de un tiempo a esta parte, su llegada. - "¡Mira lo que me ha caído encima! ¿eso es lo que piensas hacer conmigo cuando me muera? ¿tirarme a la calle como un desperdicio?"

Una vez en casa, la abuela y yo nos encerramos en el cuarto de baño donde tratamos de reanimar a la sirena con un boca a boca que le hice yo y del que todavía guardo un asqueroso sabor a pescado. Por fin empezó a reaccionar y vomitó el agua dulce que había tragado. Mientras, como música de fondo, oíamos a la Cotilla discutir con alguien. En el comedor estaban ella, Bedulio y una mujer a la que no conocíamos de nada pero que tenía agarrada un asa de la cesta de las aceitunas con una mano y con la otra, el pelo a la vecina. - Al vernos, el Municipal nos imploró que pusiéramos paz en aquella pelea. - ¡La cesta y las olivas son mías! (gritaba la extaña, fuera de sí) - ¡Mentira cochina! - La abuela sacó el chinchón, cinco copas y gritó - ¡A la salud de una amiga que ha vuelto a nacer! - Todos brindamos y repetimos. Media hora después, la mujer se fue tan contenta con su cesta... y la mitad de sus olivas.

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