lunes, 8 de septiembre de 2014

Tengo agujetas por todo. A la abuela le ha encantado la idea que los maestros han aplicado a la Consellera de Educación, Camps y nos tiene desconyuntados a todos. Andresito me llamó para decirme que él tampoco se ha escapado del castigo.

- No te quejes, abuelito, que solo le ha dado la vuelta a tus fotos. - Eso fue al principio pero ayer discutimos porque tiró los restos del orinal familiar a la basura y yo los recogí para pegarlos. No veas cómo se puso. No pude razonar con ella a pesar de que le conté la de culos famosos que se habían sentado en él a lo largo de los años, hasta algún Grande España lo utilizó alguna vez. ¿No te das cuenta de que pertenece a la Historia? le dije. Tendrías que haberla visto. El pobre Geoooorge no sabía dónde meterse porque le dábamos órdenes contradictorias ¡Que lo tires! decía ella. ¡Qué lo pegues! le decía yo. Terminamos como el rosario de la aurora. Y acabó castigándome haciendo el pino. - ¿No lo harías, verdad? - No me quedó más remedio si quiero que siga haciéndome torrijas. - ¿Y qué pasó con el orinal? - Lo tengo guardado en la caja fuerte de mi hijo.

Pobre abuelito. A ver si se le pasa pronto el calentón a la abuela y nos deja en paz de una vez. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Qué hay para comer?... No huele a nada... - Es que no hay nada. Me he puesto a régimen. - No me lo habías dicho. Seguro que comes entre horas porque sigues tan fondona como siempre. - ¡¿Qué yo estoy fondona?! ¡Y usted cegata perdida! - ¿Qué hay de comer? - Ya le he dicho que... - Repito: ¿qué hay de comer? - ...Costillitas de cordero a la plancha ¡pero solo para mi! - Ya sabes que donde comen dos, comen tres. Ves poniendo la mesa mientras hago una visita al altar de mis gurús. - ¡Que cara tieneeeeeeeeeeeeeeeeeee!

Al recoger la cocina tiré los huesos de las costillas al cubo de la basura. Mientras estaba agachada un misil azulado pasó sobre mi cabeza, se apoderó de los huesos y volvió con la misma celeridad al cubo de fregar - ¡¿Pascualita?!... - La sirena subió hasta el escurridor de la fregona, se puso un hueso en la boca y en un santiamén los dientes de tiburón hicieron su trabajo: no dejaron nada. Y así pasó con todos los restos del cordero. ¡Que peligro tiene este bichoooooooo!

La Cotilla y yo estábamos ante el televisor viendo a los ciclistas subiendo una montaña tras otra. Un minuto después, la vecina roncaba y yo no iba a tardar en seguirla porque apenas mantenía los ojos abiertos. De repente se acabó la monotonía ¡se pegan! ¡dos ciclistas se pegan! ¡Aleluya, empieza la acción! - ¡Cotilla, Cotilla. Mireeeeeeeeeeee! - Fue como un espejismo. A ellos los expulsaron de la carrera y nos quedamos sin espectáculo... Si al menos les hubiesen puesto a hacer el pino...                                      

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