lunes, 14 de julio de 2014

Libre ya de acoso vecinal y familiar, he decidido ir a la playa, meterme en el agua y no salir hasta la hora de irme a casa. Así se lo he dicho a Pascualita mientras desayunábamos las dos juntas en la cocina. Luego, cuando he acabado de hablar, me ha mirado fijamente y ayudándose con la cola, ha saltado hasta la estantería donde está Pepe-Crisogono, se ha puesto a su lado y ha seguido mirándome, solo que ahora eran dos los que lo hacían...  ¿Qué tramaban estos dos?

Pascualita no ha vuelto al jarrón chino y no me perdía de vista mientras yo iba de un lado a otro preparándome bocadillos, botella de agua, fruta, toalla, cremas, gorra, libro etetc. Toda la parafernalia para pasar unas horitas en la playa. La sirena había saltado de nuevo colocándose junto al termo de los chinos y haciendo la señal de OK con sus deditos - ¡No, no, no, no y no! Quiero pasar un rato tranquila. - Pero la sirena seguía en sus trece y para rematar la faena ¡sonrió! ¡Que cosa más fea! Ganas me dieron de darle una patada y tirarla por la ventana... No lo hice porque, como si me hubiese leído el pensamiento, se puso seria y sacó los dientecitos de tiburón a pasear, la jodía. Así que, finalmente, cedí. La metí en el termo de los chinos, me lo colgué al cuello y fuimos hasta la playa en bicicleta. Era de mi bisabuela a quién se la compraron sus padres antes de la guerra de 1914.

Tengo que perder barriga sí o sí. Y pedalear con semejante pieza de museo que pesa un quintal, es una de las opciones. Me metí en el agua con el termo al cuello y estuve nadando hasta que me cansé. Al sentarme en la arena abrí el tapón para que Pascualita viera el paisaje, oliera el salitre y escuchara el ruido de las olas. Pensé que sería beneficioso para ella pero... no fue así. Sintió la llamada del mar y se encabritó como un caballo y en lugar de relinchar lanzaba dentelladas a diestro y siniestro ¡Menuda fiera!

Se acercó una abuela con su nietecito en plena rabieta que, al ver el termo, se encaprichó de él - ¡¡¡Nene, tere ezo. Nene tere ezooooooooooooo!!! - Déjeselo un poquito que me tiene desesperada (me rogó la mujer Le dije que no y entonces quién gritó fue ella) - ¡¿Pero no ve como llora?! Déjeselo un momento... ¿Qué no? (empezó a congregarse gente) ¡Tendrá cara la tarada ésta! ¡Déjale el termo al niño que tu ya estás crecidita! ¿No te da vergüenza? - (El niño seguía berreando y pataleando ¡¡¡Nene tere estooooooooooooooo!!! - Entonces uno de los mirones agarró el termo, tiró de él y se lo entregó al crío que cerró la boca al instante. Y a continuación "el valiente" abrió la suya cuando Pascualita, que había caído a su espalda, le clavó los dientes en los glúteos para no caerse. Fue tal el grito que asustó  todo el mundo y el pequeño volvió a berrear con más fuerza.

El valiente corrió por la orilla de la playa hasta que, desesperado de dolor, se tiró al agua. Y yo detrás. Allí pude tirar de la sirena hasta que logré soltarla. El agua se tiñó de rojo y yo me escabullí mientras todo el mundo socorría al hombre. Pedaleé como si quisiera ganar la etapa reina del Tour y al llegar a casa Pascualita aún seguía mordisqueando un pequeño trozo de culo.

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