martes, 22 de abril de 2014

La abuela se ha presentado en casa con dos kilos de sardinas. - "Las haré aquí para que no me apesten la Torre del Paseo Marítimo" - ¡Vaya barra! Y yo tendré olor a sardinas dos días seguidos. - "Las he comprado pensando en ti porque tienen fósforo y tu careces de él" - ¿Qué sabrás tú? - "¿Cuándo pasas junto a un maromo de buen ver, te enciendes?" - No. - "¿Lo ves? Después de comerte las sardinas, si alguno pasa junto a ti o te roza, te encenderás como una cerilla y querrás arder abrazada a él?" - Eres una exagerada. - "Ya me lo dirás después de que te hayas comido los dos kilos"

- ¿Cómo voy a comerme todo ésto? Hay que compartirlo. - "El bisnieto tienes que tenerlo tú, no yo o la Cotilla. Para nosotras he traído costillitas de cordero acompañadas de una ensalada veraniega" - Las sardinas que se las coma la Cotilla que yo quiero costillas. - "Espero que el fósforo te despierte el entendimiento porque no te enteras de nada ¡Las sardinas son tuyas!"

Nos metimos en la cocina y a cada despiste de la abuela, Pascualita se comía una sardina que yo le daba. Éste bicho es un saco sin fondo y al no hacerle ascos a la comida, yo le iba dando hasta que me di cuenta que la sirena estaba hinchada como un pez globo. Era una esfera con las aletas de la cola, un revoltillo de pelo-algas en la cabeza y los ojos más saltones que había visto en mi vida.

Antes de que la abuela la viera, la empujé hasta el fondo de la pila bautismal y le puse un montón de algas encima. Menos mal que el peso la hundía y rápidamente se durmió. Ahora Pascualita no tiene un michelín, ES un michelín. Y la abuela me hará picadillo si se entera.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! Creo que haré negocio con mi grasa y con la vuestra si me dais el consentimiento. Hay un cirujano en paro que nos la irá sacando a medida que las clientas lo pidan. - ¿Y qué ganaremos nosotras? - Un 1%, pensad que el médico también quiere chupar del bote. - Estuvimos discutiendo el porcentaje de las ganancias durante un buen rato, sin llegar a ningún acuerdo. Dejamos el tema aparcado hasta después de la siesta y nos sentamos a comer sin que me dieran ni una triste costillita.

Cuando la Cotilla fue a por el chinchón, volvió con Pascualita cogida por los pelos - Esta pelota estaba en la mesa de la cocina ¿De dónde habrá salido? - La abuela palideció hasta que los labios se le pusieron morados y me dio una patada por debajo de la mesa que me dejó la espinilla temblando. - "Ya decía yo que faltaban sardinas..." (la voz le temblaba de ira) - ¡Esto que va ser una sardina! jajajajajajaja (soltó la Cotilla) - "Se las ha comido ¿verdad?" (dijo, asesinándome con los ojos) - ¡Que va! mira cuántas ha dejado tu nieta en la bandeja. Me las llevaré para la cena (la vecina no se enteraba de nada) - "¡Ya la estás desinflando!" - ¿Esto tiene un tapón? (y tiró del pelo-alga) - Pascualita abrió la boca y pudimos ver, claramente, la cola de una sardina que aún no había podido entrar en su estómago porque estaba tan lleno como un autobús en hora punta. Le quité la sirena a la Cotilla y la tiré, con puntería, a la pila bautismal donde se hundió rápidamente. - ¿Así que empleas ese trasto como canasta? ¡Déjame probar a mí! - Cuando metió la mano en el agua, no le dio tiempo a cogerla porque Pascualita le pegó tal mordisco que los gritos sacaron a todos los vecinos del sopor de la siesta.


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