domingo, 29 de diciembre de 2013

El vestido de boda de la abuela llevaba más volantes que el de Lady Di cuando se casó. Y una cola larguísima que no ayudaba nada a caminar con gracia. Cuando por fin el obispo acostumbró sus ojos al destello intermitente de las lucecitas navideñas que le incorporaron las costureras chinas del señor Li, empezó la ceremonia.

La música que la acompañó era de lo más variada: Me lo dijo Pérez; La Novia; Mi Jaca; Cocinero, cocinero y así  un montón más. Al salir del templo convertidos ya en marido y mujer, sonó la Raspa y los amigos de El Funeral tocaron las palmas al compás. Oí que un buen amigo de Andresito, espantado, le preguntaba qué criterio había seguido para seleccionar la música - Le dije a todo que sí a mi novia una noche que había abusado del chinchón.

Antes de que el Médico y yo saliéramos miré a la Cotilla  y la vi discutir con el sacristán mientras metía en una bolsa los cirios que se habían empleado. Al llegar los novios a la calle les esperaba un hermoso rolls
 roice a la puerta de la Catedral. Pétalos de rosa cayeron dulcemente sobre la pareja seguidos por dos kilos de arroz y gritos histéricos de ¡¡¡que se besen, que se besen!!! Los novios no se hicieron de rogar y hubo un momento de suspense cuando las dentaduras tuvieron un pequeño percance al quedar enganchadas una con otra. Luego, la abuela se volvió de espaldas y tiró el ramo a un grupo de amigas y familiares femeninos que gritaban ¡¡¡El ramooooooooooooooo!!! Y éste cayó en manos de... ¡La Momia! que emocionada, no pudo reprimir una lágrima ¡Me casaré, me casaré! En ese instante, todos los hombres, solteros o no, que estaban a su lado, se apartaron bruscamente.

Una de las flores cayó al suelo y la abuela no dudó en agacharse para cogerla, poniendo en serio peligro su integridad física a causa de los taconazos. Colocó la flor dentro del termo de los chinos y Pascualita no tardó nada en comérsela. A pesar de estar camuflada entre tanto volante, la vi y parecía mareada. Supuse que sería a causa de los destellos navideños. Finalmente, el coche se puso en marcha mientras la abuela, sentada sobre las rodillas de su ya marido, lanzaba besos a diestro y siniestro como si fuese la mismísima Reina de Inglaterra.


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