jueves, 7 de noviembre de 2013

Llevo toda la mañana intentando convencer a la abuela para que pongamos la pila bautismal en el balcón. Es que Pascualita me odia. Supongo que la gota que colmó el vaso fue cuando la tiré a la cara a la Cotilla y ahora, cuando me ve, me escupe. Por eso tengo que ponerme las gafas de sol cada vez que entro en la cocina.

Pero la abuela no quiere ni oír hablar de cambios. - "¿Tú sabes lo que pesa la pila esa? Estando tan cercana la boda, no puedo fastidiarme ni la espalda, ni los riñones, ni..." - ¡Vale! Lo haré yo sola. - "Tampoco convendría que te fastidiaras tú. Imagínate qué diría la gente cuando te vieran entrando en la Catedral, del brazo del Médico, tan guapo él y tu renqueando y medio doblada de dolor. Que eres un adefesio ¡Quita, quita!"

Al final la he convencido. Después de pedir a la abuela que cogiera a la sirena (se ha echo la remolona porque dice que no la quiere traumatizar) he quitado el agua y haciendo acopio de fuerzas, he desplazado la pila hasta el balcón. Una hora después, todo estaba en su sitio, hasta Pascualita.

- ¡Avemaríapurísimaaaaaaaaaaaa! Menudo jaleo tenéis en el balcón. ¡Está lleno de pájaros! - La mirada que me echó la abuela estaba inyectada en sangre. Al levantarse para ir a ver qué pasaba, un trueno inesperado, la detuvo en seco. ¡Le tiene pánico a las tormentas! Y ésta estaba encima de casa. Durante un rato tuvimos una sucesión ininterrumpida de rayos y truenos a cual más escandaloso. Apenas se oía el soliloquio de la abuela rezándole a Santa Bárbara con la cabeza metida bajo los cojines del sofá.

Otro ruído atronador llamó mi atención: estaba lloviendo a mares. - ¡La vecina del 3º está tirándonos cubos de agua! (gritó la Cotilla) - Los rezos de la atea de mi abuela subieron de tono mientras yo atrancaba persianas y cristales para que no los arrancara el vendaval que se levantó de repente. Al llegar al balcón vi la pila bautismal rebosando agua que arrastraba algas y al barco hundido, que ahora yacía en el suelo, hacia la calle. - ¡¡¡Pascualitaaaaaaaaaa!!! grité, horrorizada. - Ahora me daba cuenta de que no había sido una buena idea sacarla fuera. ¿Dónde estaba la sirena rolliza que se arrastra sobre sus michelines cada mañana pidiéndonos comida? - ¡¡¡Pascualitaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!! - Ni siquiera yo podía oírme a causa del ruido de la tormenta. Estaba empapada y era tan espesa la cortina de agua que caía que a penas se veía a dos palmos. Los pájaros habían huido asustados pero ¿solos?

De repente escampó y a un tímido rayo de sol le precedió un hermoso y limpio cielo azul. Yo seguía buscando a la sirena, desesperada. Entonces el Municipal apareció junto al balcón. - "Ha venido Bedulio para ver sí estamos bien" - oí decir a la abuela, pero yo solo tenía ojos para aquel hombre que llevaba a Pascualita ¡agarrada a la placa del uniforme! Como un rayo salté hacia él y mientras le plantaba en los labios un beso de tornillo (quizás por los nervios que había pasado o porque sentía una necesidad acuciante) cogí a la sirena y la metí en mi bolsillo. Después, como una virgen vestal avergonzada, corrí a encerrarme en el baño mientras, al pasar, veía las bocas abiertas de la abuela, la Cotilla y sobre todo, del Municipal. Al cerrar la puerta escuché a la vecina decir - ¡Y parecía tonta la jodía!



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