domingo, 25 de agosto de 2013

¡Nada, que no aparecen por ningún lado! Ni la guardia civil las encuentra... Ya empiezo a estar harta de tanto bocadillo...Al final tendré que ir a un comedor social si quiero comer bien. ¡Y encima tengo en casa a Andresito que no para de echarme en cara que, con la edad que tengo (¡deja mi edad y mira la tuya que está a punto de caducar, carcamal! - le solté cuando ya no pude aguantar más sus críticas) tendría que saber cocinar. ¿Es que no me fijo cuando guisa la abuela? - ¿Fijarme... para qué? Lo que quiero es comérmelo... Tengo la impresión de que no congeniamos y él no pone nada de su parte porque va al restaurante y no me lleva ¡Será...! me callo porque va a ser mi abuelito.

Pascualita está mustia y tiene cambios de carácter. Ayer saltó sobre Pepe y lo dejó echo unos zorros. Lo tuve que esconder porque, cuando Andresito lo vio, lo tiró a la basura ¡Pobre Pepe, que muerte más mala lleva! Lo he restaurado con pegamento imedio. Luego, Pascualita, atraída por el olor, se ha subido sobre la cabeza jibarizada y no ha parado de esnifar hasta que ha caído redonda sobre la mesa de la cocina. ¡Menudo colocón lleva!

Hace un rato me he sentado a ver la tele con el bicho en la mano para que viera la pantalla pero los ojos le bizquean ¡Qué fea está! pero me da risa. He estado zapeando canales porque, a parte de deporte y chuminadas, no encontraba nada a mi gusto. He dejado IB3 y cuando me acomodaba para echar un sueñecito ¡ha vuelto a salir la abuela en la pantalla!

He saltado como un resorte y Pascualita ha volado hasta su pila bautismal, donde ha caído sin gracia ninguna. Yo gritaba ¡¡¡la abuela, la abuela!!! y he vuelto a cogerla - ¡Mira quién está ahí! ¡¡¡La abuelaaaaaa!!! - Poco a poco ha ido centrando la vista y de repente ha saltado hasta la pantalla del televisor, donde se ha estrellado y ha caído al suelo. Mi prioridad era escuchar las noticias pero con tanto trajín, me las estaba perdiendo. Hablaban de Magaluf... A la abuela y sus dos acompañantes se las veía bastante perjudicadas. La corona había desaparecido, las pelucas también, los maquillajes eran más agresivos, los vestidos sesenteros los habían cambiado por otros, ceñidos, negros y de piel. Llevaban látigos en las manos y una sonrisa torcida en el rostro. Al fondo de la pantalla, unas lunas llenas me despistaron hasta que vi los pantalones caídos a sus pies. Unos pipiolos ingleses, blanquecinos, mostraban sus posaderas y los verdugones que acababan de hacerles aquellas sádicas.

A mi espalda oí un quejido ¡No había oído entrar a Andresito y lo estaba viendo todo! Con el pie, metí a Pascualita bajo el aparador. No hacía falta que también la descubriera a ella. - ¡Dios mío, Dios mío! - balbuceaba lloroso mi futuro abuelo - ¡Que vergüenzaaaaaaa, que vergüenzaaaaaaaaaaa! - Aquello no podía continuar, así que, levantando un dedo amenazador ante sus narices, dije - El que tiene vergüenza, ni come, ni almuerza. Y ni la tienen ellas, ni la tienes tú. Así que, si no quieres que sepan tus andanzas londinenses, ya me estás llevando a comer al mejor restaurante de la ciudad y después vamos a buscarlas. Y como oiga una queja de tu parte... ¡¡¡Te caes con todo el equipo!!! ¿Está claro, a-b-u-e-l-i-t-o? -

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