lunes, 8 de julio de 2013

Las cosas siguen igual por casa. Los únicos que estamos bien somo Pepe y yo. Me entretengo hablándole. Tiene el inconveniente de no contestar pero así evito discusiones. ¡Ay! se nota que me voy haciendo mayor porque, cada vez, me gusta menos meterme en berengenales.

Ni el agua de su pila bautismal alivia a Pascualita. Le han salido pequeñas ampollas en las quemaduras y ahora, en lugar de parecer una sardina, parece un sapo. ¡Que fea está la jodía! Y yo que creía que ya no podía serlo más. Estaba muy equivocada. Le he echo fotos porque, si se muere, pienso mandarlas a National Geografic para que me den una pasta. ¡Menuda exclusiva mundial!

Al final he ido a la clínica porque me han obligado. La abuela solo pregunta por "eso" He metido la botella de chinchón ("eso") en el bolso y al abrir la puerta para irme me he encontrado con el señor Li. Venía preocupado porque se había enterado de lo de la abuela. A pesar de verme con las llaves en la mano, hizo caso omiso y me empujó para que entráramos. Traía unos remedios chinos - No sel cuento chino. Esto culal quemadulas sol - Mire, señor Li. Si viene con guarradas de bichos momificados y polvo de huesos de sus antepasados, ya puede coger los trastos y marcharse por donde ha venido. - ¡No sel de antepasados! Sel de Mandalín de hace 4.000 años. ¡Y no sel de huesos! son de colita Mandalín. - ¿La tranza esa tan larga que llevaban antes los chinos? - No. Tlenza, no. Colita... ¿entendel? ... ¡Colita!

Mientras hablábamos, llegamos a la cocina donde él quería preparar unos mejunjes ¡Y la vio! - ¡¡¡Oooooooohhhhhhhhhhhhh!!! (dijo y abrió los ojos, todo lo que un chino puede abrirlos) ¡¡¡Sel gamba riquísima!!! - Pascualita, seguía roja como una amapola, tumbada sobre una toalla y envuelta en gasa y con poco poder de reacción, por eso no sacó los dientes de tiburón a pasear cuando el Señor Li (que cuando ve gambas pierde la educación y la vergüenza) la cogió por la cola, abrió la boca y faltó el canto de un duro para que se la tragara con gasa y todo. Menos mal que le di un manotazo al bicho. Salió despedida y cayó tras el aparador. Cosa que no vio el señor Li, que seguía sorprendido de mi actitud. Sin pronunciar palabra señalé el balcón abierto  y él salió como alma que lleva el diablo, a por la gamba que creía caída en la acera.

También yo corrí. Y para no perder tiempo en tonterías, metí la pila bautismal debajo del aparador esperando que la sirena tuviese el raciocinio de meterse dentro. Y bajé de tres en tres los escalones. En la acera encontré al chino buscando, minuciosamente, a "su" gamba. Me escabullí por la esquina.

En la clínica fui recibida con indiferencia hasta que saqué la botella de chinchón. - "Veréis que pronto nos pondremos buenas" - comentó a sus compañeras. Entre los pelos estrafalarios y las caras quemadas,  parecían viejos galápagos centenarios languideciendo en la cama entre ayes... que se trocaron en risas después de unos cuantos lingotazos. Así las dejé, aunque les recomendé que no echaran el aliento a la enfermera.

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