martes, 23 de julio de 2013

La abuela se fue con Andresito a su cita, con la jet set de la isla, a Formentor, con las mismas arrugas de siempre, ni una más, que para eso descansó sus ocho horas sin pensar para nada en su amiga. Y volvió, a media tarde, achicharrada porque cuando fue a comprar crema solar pija y vio el precio, se echó atrás y pensó que lo mejor era hacérsela ella, solo que en vez de crema fue aceite... ¡aceite de oliva con un poco de vinagre, bien agitado!

En cuanto se abrió la puerta de casa me llegó el aroma a ensalada. "¡Aaaaayyyyyyy! que malita estoy y que poquito me quejoooooooo... ¡Agua. Quiero aguaaaaa!... ¡Aquellas pardalas no se han quemadooooo y yo parezco un churrasco, vuelta y vueltaaaaaaa!" - Andresito estaba preocupado - ¿Y si la ingresamos en una clínica? - Haz lo que tengas que hacer, pero no esperes que vaya a cuidarla que con su amiga he tenido suficiente. - Entonces la dejo aquí... es que yo... ejem, ya no estoy para según que trotes... - Claro, es que para éstas cosas no hay pastillitas azules (le dije con retintín y se puso casi tan rojo como la abuela)

Ayudé a desnudar a la abuela para meterla en la bañera pero antes quise hacer un experimento... Fue un repente que me dio y ya puestos, que más le daban cinco minutos, más o menos, fuera del agua fresquita. La tendí en la cama boca abajo. Todo su cuerpo era un gran foco de calor así que la prueba no podía salir mal. Llevé a Pascualita y a Pepe para que no se perdieran el prodigio y los puse sobre el cantarano. Y una vez todo listo prodecí... a batir un huevo y volcarlo sobre aquella piel ardiente ¡y funcionó! Me hice una tortilla a la francesa sin necesidad de aceite porque llevaba tanto puesto que no hizo  falta más.

Mientras estaba en la bañera remugó algo sobre desheredarme, arrancarme la piel a tiras o sacarme los ojos. No le hice ni caso porque estaba más allá que acá. Cuando Pascualita vio el agua se tiró de cabeza. La pobre no sabía que era agua dulce y tuve que emplearme a fondo para cogerla porque se había metido bajo la abuela. Acabamos empapados el cuarto de baño y yo. Toda mi preocupación estaba centrada en la sirena. La pobre estaba medio ahogada cuando me hice con ella y salí corriendo para meterla en la pila bautismal. Resbalé ¡y me pegué un golpe bestial! Ahora llevo un buen cardenal en el... bueno, allí donde la espalda pierde su casto nombre, como dijo alguien.

Cuando volví al baño, renqueando, la abuela flotaba entre dos aguas. Me maravilló que hiciera eso. Era chulo. Hasta que algo me dijo que la cosa no iba bien ¿Se estaba ahogando? ¡Sí. Y ya estaba más allá que acá! Vaya tarde. Finalmente la acosté, me sequé y me senté a tomarme, tranquilamente, unas copitas de chinchón que compartí, gota a gota, con Pascualita.

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