miércoles, 31 de julio de 2013


Ha llamado Andresito para invitarnos al delfinario y no nos hemos echo de rogar. Mientras yo recogía cuatro cosas para llevarme, la abuela se ha puesto una pamela que casi no cabía en el coche, un biquini de pantera, unas sandalias de tacón de aguja, unas gafas de sol enormes, se ha pringado de crema contra el sol, un libro, un cuadernillo de sudokus, bocadillos, agua, toallas-sábana de Christian Dios de los chinos y no sé cuantas cosas más. Parecía que iba de safári. Pero lo peor de todo ha sido cuando la he visto entrar en el coche ¡con el termo de lo chinos colgado del cuello! - ¡Abuela, eso no lo puedes llevar! - A una orden suya, Andresito ha arrancado y nos hemos ido.

Una vez en el delfinario he estado más pendiente de los "animales" rubios, morenos, atléticos, tostados por el sol, que se paseaban por allí que del termo de los chinos. ¡Menuda fauna!

Nos hemos sentado en las gradas frente a la gran piscina, dispuestos a disfrutar del espectáculo de los delfines. La abuela ha abierto el termo para que también lo viera Pascualita. Todo ha ido bien hasta que han preguntado si algún niño o niña, se atrevía a jugar con los delfines. Para mi asombro, la primera en levantar la mano ha sido la abuela. No le han echo caso y se ha puesto de pie, saltando y gritando como una descosida - "¡Eeeeeeehhhhh! ¡¡¡Yoooooooo quiero ir!!!. ¡¡¡Amigo, estoy aquííííí!!!" - ¡Abuela, comportate! - El domador eligió a una preciosa niña, rubia como el oro. - "¡¡¡Tongo, tongo!!!" - gritaba la abuela enardecida - "¡Yo lo he dicho primeroooooooo!" - Y ha salido corriendo gradas abajo, a pesar de los tacones de aguja. Pero al llegar, la preciosa niña rubia ya estaba siendo protagonista de la escena.

Debido a la inercia que llevaba la abuela, chocó contra la piscina de forma brusca y Pascualita salió disparada para caer en medio de todos aquellos litros de agua salada donde los delfines y la niña se lo estaban pasando en grande.

Entonces fui yo quien  bajó las gradas de dos en dos, sin mirar a quién pisaba y al llegar abajo no me lo pensé dos veces y me tiré de cabeza al agua en busca de la sirena. Mientras el espectáculo continuaba, yo iba dando el mio porque uno de los delfines, seguramente cansado de comer siempre lo mismo, se lanzó hacia Pascualita y yo intenté impedir que lo hiciera. Pero el delfín me tomó por una pelota y me hizo pasar por un aro que está muy alto y allí me quedé, colgada del abismo. Mientras tanto la niña rubia que, en ningún momento dio muestras de tener miedo, era aplaudida por los espectadores - ¡¡¡Un fuerte aplauso para... MICA!!!

Cuando ya no quedaba nadie, me bajaron y me pusieron una multa como una catedral. Pero ya estaba tranquila porque los delfines, aunque lo intentaron, no pudieron con Pascualita. Los dientecitos de tiburón, su pequeña estatura, su agilidad y su fealdad, le salvaron la vida. Al final, hartos de ella, un delfín le dio un fuerte golpe hacia arriba con su hocico y la cogí en el aire. Pero ella quería estar abajo y enrabietada, me mordió una o otra vez hasta que pude agarrarla del pelo-alga y meterla ... en mi escote.

Ahora soy la envidia de la Cotilla, a pesar de que llevo marcas en manos y cara de los dientecitos de tiburón y me duele todo - ¿Qué le has dicho a tu abuelito para que te haga esto? Anda... dímelo, que yo también quiero tener un escote así de sugerente... Mira, te voy a servir un chinchón... o dos, si quieres pero ¡dímelo! - ¡Que envidiosa es la jodía!

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