sábado, 23 de marzo de 2013

Cuanto mejor huele en casa, más tiempo permanece en ella la Cotilla. Quiere ser la primera en todo, por ejemplo, en comer las empanadas de la abuela, o los crespells o cualquiera de los manjares que hace por estas fechas. Lo lógico es que sea yo quién los pruebe primero porque los hace MI abuela, están en MI casa, los avíos se han comprado con MI dinero y además, soy la más joven... ¡Pues no llego a tiempo!

Y encima se ríen de mi: que si me faltan reflejos; que qué juventud; incluso le oí decir a la vecina - ¡No está echa la miel para la boca del asno! si quiere una empanada, que se la compre y estas ¡para nosotras!

Pascualita lleva unos días sin hacer ejercicios y como la abuela se lo da todo a probar, ha perdido la poca feminidad que tenía. Sus curvas ya no son hacia adentro sino hacia afuera. Con esta manía que le ha dado de saltar del "acuario" a la mesa que tenga más a mano, temo que un día falle y ruede por el suelo como una pelota. La abuela dice que exagero y que ella la ve igual que siempre... hasta que intenta meterla en el termo de los chinos.¡No cabe! Está gorda como un ceporro. Tengo que pensar en algo para que Pascualita haga ejercicio todos los días... ¡¡¡Ya lo tengo!!! La usaré de pelota y la tiraré sobre una cama o el sofá, donde no pueda hacerse daño y en lugar de ir a recogerla yo, haré que sea ella la que venga arrastrándose. Cuando se lo dije a la abuela torció el gesto pero creo que no le pareció mal.

Esta mañana hemos practicado. Pascualita nadaba tranquilamente. La he cogido por sorpresa y acto seguido, la he lanzado contra el sofá... La cosa era que reptara y viniera hacia mí para que pudiera lanzarla otra vez. En lugar de eso se ha quedado aturdida y sin saber qué hacer - Ven, Pascualita... tienes que venir... Vale, por ser la primera vez, vendré yo pero no te acostumbres. Esta vez la tiré sobre mi cama pero tampoco vino. La abuela me recordó que hay que darle una golosina.  - "Porque, con lo sosa que eres, dan ganas de salir corriendo"

Abrí una lata de atún delante de ella y le enseñé el contenido - ¡Mira, te daré un poco cada vez que vengas hasta donde estoy yo. Vamos! - Volví a tirarla sobre mi cama y esta vez sí que vino reptando sobre sus michelines. Yo estaba entusiasmada - ¡Abuela, mira que lista es Pascualitaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyy!

La abuela no podía parar de reír ni yo de saltar y dar vueltas al rededor de la mesa. Mientras gritaba lo lista que era la sirena, señalándola con el dedo, la tía llegó hasta mi, se impulsó con la cola y me clavó los dientecitos de tiburón. El dedo se hinchó como una bota. El dolor era inaguantable y si no fuera porque no podía dejar de gritar, llorar y saltar, hubiese pisado al monstruo hasta hacerla picadillo - Por lo menos dame chinchón - le lloriqueé a la abuela - "A ti no te hace falta porque estás en el secreto de la sirena" - ¡Encima!

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