lunes, 11 de marzo de 2013

A la abuela le ha dado un soponcio esta mañana. Ha entrado en la cocina y gracias a Dios que ha resbalado (no es que me alegre sino que, a consecuencia de ello, no ha pisado a Pascualita que iba reptando por el suelo) - "¡¡¡¿Desde cuando un bicho como tú anda por donde no debe?!!! - le ha gritado con toda la fuerza de sus pulmones (que, aunque pueda parecer que no, es mucha) Si hubiese patinado con un poco de agua que se me hubiese derramado a mí... ahora mismo estaría mi esquela en los periódicos pero, claro, como ha sido su amiguitaaaaa.

Pero la sirena tiene la cabeza dura, tanto para darse golpes como para dar su brazo a torcer. De vez en cuando sale disparada del "acuario" y como aún no ha perfeccionado la puntería, cae donde menos te esperas, sin ir más lejos, dentro de mi taza de cola cao. Ya van dos veces que lo ha hecho y me pone perdida. Así que de hoy no pasa que le compremos el cascabel. Yo se lo quería comprar de diseño pero la abuela dice que no están los tiempos para pijadas y que no hay nada más útil que lo que se ha usado siempre, así que se ha llegado hasta la tienda del señor Le y le ha sacado uno, gratis. Es que la abuela tiene a gala no pagarles nada a los hombres que suspiran por sus huesos. - Pero eso es un comercio. - "¿No querrás que por esa tontería yo renuncie a mis principios?" - Bueno, tampoco creo que el señor Li vaya  a arruinarse por tan poca cosa.

Lo ha colgado de una pequeña cinta roja. No sabía por qué color decidirse porque tiene una buena colección que guarda desde cuando era jovencita. - "Esta me gusta pero no va bien con su color de piel... Esta es demasiado ancha... La negra es elegante pero le queda algo fúnebre... El azul cielo es demasiado pálido... El lila... ay, no, que me da mala espina ¡quita, quita!... ¡Mira, esta roja es perfecta!" - Y dicho y echo. Luego se lo enseñó a Pascualita y sacudió el cascabel para que oyera su sonido. La sirena, satisfecha, hizo la señal de OK y en un santiamén, lo tuvo colgado al cuello.

Pero la alegría de la sirena duró a penas un minuto porque el ruido la fue sacando de sus casillas. Y empezó a tirar de la cinta para arrancársela. - No le gusta. - "Tendrá que acostumbrarse." - ¿Y si no lo hace tendré que ir todo el día con las gafas de sol? Mejor se lo quito. - "¡Ni se te ocurra! Vamos a darle tiempo al tiempo"

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaa! ¿A qué hay que acostumbrarse? - "Al cascabeleo" - ¿Tenéis gato? ¡Huy! pues tendréis que quitarlo porque me dan alergia. - ¡Que idea más buena me ha dado! - Que cruz tienes con esta nieta... Ahora lo oigo... A mi que no se me acerque. - Yo ya estaba embalada y decidí reírme un rato a su costa. - No se preocupe, Cotilla. No es ningún gato... es el alma en pena del abuelito. - ¡No fastidies! ¿Y ese cascabel? - Nos anuncia que está entre nosotras, más que nada para que no nos asustemos si vemos su sombra andando por las paredes. - ¡¡¡Ay, Jesús, María y José!!! ¿Pero que dice ésta loca? - "Una verdad como un templo. No nos lo podemos despegar. Ese debe ser el castigo que nos mandan por haberle dado el empujón para el otro barrio... ¿Ha sonado el cascabel en tu casa?" - ¡¡¡Nooooooooo!!!... ¡Otra vez! ¡Me largo! - "Pero si voy a poner paella para comer" - ¡Guárdamela en un taper porque, lo que es yo, no como más en esta casa! - Habrá que ir con cuidado que no se meta el abuelito dentro. - ¡No quiero ni el taper! ¡¡¡Me vooooooooyyyyyyyyyyy!!! - "¿Y la paella?" le gritó la abuela pero la Cotilla no la oyó porque iba subiendo, de dos en dos, escaleras arriba.



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