sábado, 26 de enero de 2013

La abuela está contenta y no para de cantar. Es una novedad porque llevaba unos días, sobre todo desde que la Bocazas la fastidió no muriéndose, pesadísima. Y eso que había elegido el mejor sitio para su retrato. Aunque ya da igual porque el sitio ya está ocupado. Se murió Modesta. Su marido es un cachondo mental que lleva colgados del cuello unos pequeños cuernos de oro - ¡Ya que soy cornudo, que se vea que vale la pena! - Su mujer aguantaba las bromas con santa paciencia.

Al funeral fueron cuatro vecinas y la basca de la cafetería, no sin antes advertir a Conchi que apagase el móvil y se dejase de Paquito Chocolatero en la iglesia. En el banco de la familia estaba el compungido marido, asombrado por la jugada que le había hecho el Destino y a su lado un familiar que intentaba consolarlo a pesar de que a él le resultaba difícil contener el llanto.

A la salida fueron todos al Funeral a realizar el último acto: brindar por Modesta; recordarla y finalmente, colgar su foto.El principio fue frío porque de esa mujer no había mucho que contar. A penas hablaba con nadie. Poco a poco la conversación se animó a medida que se llenaban y vaciaban copas y al final, su viudo, fue el más participativo de todos, contando chistes y diciendo cosas cómo éstas, entre suspiro y suspiro - ¡Ay! y ahora ¿de qué voy a vivir? - haciendo llorar de risa al personal.

 En un rincón del local, apartado de todos, el familiar lloraba sin apartarlos ojos de la fotografía de Modesta.  Nicomedes (el viudo)  alzó la copa y propuso un brindis por Rafael - El último querido de mi mujer y el que más años le ha durado. - El desconsolado Rafael, sorbiéndose los mocos, brindó por la memoria de su amada.

Creo que esa es la razón por la que está contenta la abuela. Modesta, que parecía hacer honor a su nombre, se puso un día el mundo por montera y vivió su vida como le dio la gana y lo que es mejor, sin dar tres cuartos al pregonero y se llevó al otro mundo lo poco o mucho que disfrutó en esta vida. A diferencia del marido, un pusilámine consentido y bocazas, que vivió a la sombra de su mujer y de las migajas que ésta dejaba caer. - "¡Niña. Trae el chinchón que vamos a brindar!" - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaa... Esperadmeeeeee!





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