martes, 11 de diciembre de 2012

- Abuela, los policía volverán hoy y esperan que no te escaquees o te llevarán presa. - "Será una experiencia interesante" - No te rías que son cosas muy serias. - "Si hay que ir al cuartelillo, se va, pero antes llamaré a la prensa. No quiero ser menos que los chorizos de traje y corbata que salen en las fotos... y que me avisen con tiempo para poder ir a la peluquería." - No sabes lo que pasó ayer. Tu querida amiga insinuó, con muy mal uva, que llevabas cenizas del abuelito en el termo de los chinos. - "¡Pero si no lo incineramos!"

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaa! - "¿Dónde se supone que quemamos a mi marido?" - ¿Lo quemaste? - "No cambies de conversación." - Que yo sepa, no había horno crematorio. - "¡Exacto! entonces..." - Es que me muero de ganas de ver lo que llevas en el termo. "¡Cotilla, no me cabrees!" -  ¿Qué te cuesta decírmelo? - "Lo mismo que dejarte sin comer" - Esa es una cuchillada trapera... ¿qué tendrá que ver una cosa con la otra?

Hasta la salita llegó el ¡chof! que hizo Pascualita al saltar con rabia, una y otra vez. Había oído gritar a su amiga y aprestaba para el combate. La Cotilla quiso ir a ver qué pasaba pero yo la frené. - Es el abuelito. Se ha pasado así toda la noche. Está furioso con vosotras, sobre todo con usted que fue quién le dió la puntilla. - Alarmada, se giró hacia la abuela -¡Porque tuviste que decir que abrieran su tumba! ¡Me voy! - No se libra una tan fácilmente de un alma en pena.

Vinieron los policías y pusieron condiciones: Nada de chinchón, ni de café, ni de irse cuando les diese la gana. - Traiga el termo - Estaba vació y por más que lo miraron no vieron nada de interés - ¿Y las cenizas? - "Aquí no se fuma" - ¡Las de su marido! - "Hubiese tenido que trocearlo e ir metiéndolo en el horno de la cocina como un asado" - ¿Hiciste eso? - "Sabes que no" - Después de un rato de discusión, los policías acabaron entendiendo que lo de la incineración era algo bastante reciente en nuestra ciudad.

El día avanzaba y allí no se aclaraba nada. La abuela y yo comimos sin invitar a nadie y luego nos sentamos a tomar café - ¿Me puedo sentar con vosotras? - imploró la Cotilla. A la hora en que la abuela se empieza a arreglar, fue a su cuarto y salió hecha un pincel - ¿A dónde cree que va? - chuleó uno de los agentes a los que ya les dolía la cabeza - "Al Funeral" - Lo siento pero... - "¡No puedo faltar!"

La Cotilla echaba chispas. Entonces recordó que ¡la abuela no se había llevado el termo! Los policías pasaron de ella y se despidieron hasta el día siguiente - ¡No os vayáis! ¡Buscad ahora que no está porque, lo que sea, tiene que estar por aquí! - . En cuanto salieron fui a buscar a Pascualita. Llevaba el guante de acero por que el bicho estaba tan enfadado que, contínuamente, sacaba los dientes a pasear. Regresé a la salita y grité - ¡¡¡El abuelito, el abuelito!!! - La Cotilla, espantada, solo tuvo ocasión de sentir un golpe en la cara y unos dientecitos que se le clavaban con furia, entre ceja y ceja. La mujer lloró, gritó y pataleó y cuando, finalmente, pude coger a la sirena, tiré de ella y la metí en un bolsillo. ¡Que a gusto me quedé!. La vecina, convencida de que le había atacado el espíritu del abuelito, subió de tres en tres los escalones y se encerró en su casa a cal y canto. Y ahora, Pascualita y yo, saboreamos una copita de chinchón celebrando un trabajo bien hecho.

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