jueves, 25 de octubre de 2012

De buena mañana ha venido la Cotilla - Ayer me pareció oir a tu abuela... - Veo que le funciona el oído. Pase. - No... Dile que salga. No me fío de los espíritus... saben que fui yo quien los quiso eliminar y es posible que vuelvan a atacarme. - Sí, es posible... ¡¡¡Abuela!!! te buscan.

No ha habido manera de hacerla entrar, eso sí, sin comer no se va a quedar. - A mediodía pasaré a buscar mi ración. Toma, un taper. - "¿No los tienes más grandes?" - Así tendré para la cena... (Se quedó mirando a la abuela con los ojos muy abiertos) Tienes un... un alma en pena en ... el pelo (antes de salir corriendo, gritó) ¡Déjame el taper, lleno, en la puerta. Ya lo recogeré!

Me preocupaba que la abuela se pasee con Pascualita sobre la cabeza porque, a veces, se despista y nos pone en peligro. Y eso es lo que ha pasado hoy. Ha salido, con la sirena por montera, al balcón. Le encanta fisgar todo lo que ocurre en la calle y luego se entretiene con las macetas que tiene allí. Se concentra en lo que hace y se le va el santo al cielo.

Mientras quitaba unas hojas secas, agachada, ha venido un gorrión a posarse sobre la barandilla y acto seguido a cazado a Pascualita. La "merienda" ha resultado ser muy pesada para él. La abuela se ha dado cuenta del robo por el tirón que le ha dado la sirena al agarrarse con fuerza al pelo. A un palmo de su nariz, el pájaro aleteaba con el afán de irse al nido pero un trapo del polvo ha caído sobre él que, asustado, ha abierto la boca soltando su presa. La abuela, que no ha visto caer a Pascualita, ha tenido un duelo a muerte con el pájaro que, finalmente, ha podido desprenderse y salir volando. Al oir los gritos que daba - "¡Se la lleva. Se la lleva!" - he acudido y me ha dado tiempo de ver que se iba de vacío. ¿Dónde estaba la sirena? - ¡Nos vas a buscar la ruina con esa manía de llevártela a todas partes! (le dije, rabiosa, mientras ella gritaba a pleno pulmón) - "¡¡¡Pascualita, Pascualita!!!" - Un hombre que pasaba por la acera le preguntó, preocupado - ¿Ha perdido a su nieta, señora? - "Algo más valioso" - contestó la tía.

Los gritos de la abuela no nos habían dejado escuchar los de la Cotilla que estaba en la entrada de la finca hecha un mar de lágrimas y temblando como un conejo. Al oírla bajé a toda pastilla. Como si fuera un pendiente, Pascualita se sujetaba con los dientes a la oreja de la vecina. La arranqué de un tirón seco y la metí en mi escote. Subimos a casa y la abuela, que se olió el percal, nos esperaba con la botella de chinchón en la mano - "Pasa, mujer y celebraremos que ya no hay ánimas. La última te ha atacado cuando salía de casa" - ¿Estás segura? - "Al cien por cien nunca se puede estar... anda, bebe"

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