lunes, 22 de octubre de 2012

A mediodía ha venido la Cotilla - ¿No vendrá a comer, verdad? - ¡Claro! como siempre. - Pero si no le gusta como cocino (no me gusta ni a mí) y encima, me lo ha echado en cara. - Ya sabes cómo soy. Tengo el genio corto pero nunca lo he dicho en serio... ¿Qué has preparado hoy? - Sopa de pescado y sardinas fritas de segundo - ¿Y pescadilla al caramelo de segundo? jejejejejeje - ¿Qué pasa, no le gusta el menú? (empecé a enfadarme) - ¡Oh, sí! Hablaba en broma mujer... ¿voy poniendo la mesa?

¡Que asco de sopa me ha salido! No tenía ni idea de que había de limpiar el pescado y lo he metido en la olla con tripas y escamas. ¿Por qué no llevarán un folleto para su manejo? Sin embargo, la Cotilla se lo ha comido todo, incluso las sardinas, que tampoco he limpiado.

Si no me lo he podido comer yo que soy la que lo ha preparado, no me explico lo de la vecina. Una de dos, tenía mucha hambre... o quiere algo de mí. Ahora está en el baño y se oyen ruidos sospechosos... embarazada no puede estar porque ya hace siglos que se le pasó el arroz, así que los vómitos serán por otra cosa... Prepararé el chinchón y cuando se haya bebido media botella, la sonsacaré.

Ahora no sé si era ella o yo... hip... quién debía beberse media botella.... La interrogaré antes de que... hip... me duerma... ¿Tiene usted que... decirme algo? - Que me quedo a vivir aquí. - ¿Aquí es... ¡aquí!?... hip - Ahora bajaré mis cosas y así no estarás sola. - No, si sola no estoy... hip... está Pasc... quiero decir... hip... Pepe. - ¿Pascual es amante tuyo y de tu abuela? ¡Esto es mejor que una novela colombiana! - No, no, no. Pepe es jí... jivaro. - Ahora que sé vuestro secreto estáis en mis manos. A partir de mañana guisaré yo. Quitarás el cerrojo para que pueda entrar como siempre,o sea, cuando me de la gana y pórtate bien o me instalaré en tu cuarto que es más grande. - ¡Que tonterías... hip ... dice ésta mujer jajajajaja!... ¿La hecha un juez de suuuuu casa? - No. Me voy porque no quiero pagar el alquiler y como tenéis sitio, me quedo aquí.

Incluso con las brumas del alcohol nublandome el entendimiento, me di cuenta de que la Cotilla no jugaba limpio. Poco después sonó el teléfono. Era la abuela que, como todos los días, llamaba para preguntar por Pascualita e interesarse por cómo iban las cosas. Le expliqué lo que había pasado y ella me dio la solución a los problemas que se avecinaban. Para entonces la Cotilla dormía a pierna suelta delante de la tele.

Fui a buscar el guante de acero, cogí a Pascualita que estaba durmiendo tan ricamente y la dejé caer en el escote de la vecina. El escalofrío que recorrió su cuerpo la despertó y se llevó, de golpe, las manos al pecho. Inmediatamente la sirena se defendió. Lo supe porque la Cotilla dio un salto, inadecuado para su edad. Se sacudió el vestido con fuerza (cosa que no debe hacerse nunca si se tiene a una sirena rabiosa agarrada al pezón con sus dientes de tiburón). Los gritos y alaridos, los saltos y cabriolas, pataleos y zapateados, me entretuvieron un rato. Finalmente, para que Pascualita no sufriera daño alguno, la cogí dando un tirón y la devolví a su "acuario". Mientras la Cotilla subía de dos en dos los peldaños camino de su piso, la oí gritar: ¡No volveré hasta que hayan desaparecido todos los espíritus de ésta maldita casa!  

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