domingo, 19 de agosto de 2012

Somos más festeros que nadie. ¿A ver si hay en el mundo un País con tanta fiesta por kilómetro cuadrado? Eso está muy bien pero no hay cuerpo que lo aguante... a no ser que seas la abuela. Se apunta a un bombardeo la tía.  Y como no quiere repetir muchas veces la ropa, ha tenido que ir a Pere Garau a comprarse cuatro cosillas en los tenderetes. Todo negro por supuesto. Sigue fiel a sus ideas. Mientras el horizonte de los españoles siga siendo oscuro ella llevará luto.

 Esta mañana, después de cerrar la puerta de la calle con llave y dejarla puesta para que la Cotilla no pudiera entrar y nos pillara, hemos obligado a Pascualita a hacer ejercicio porque le han salido michelines en la cintura y pronto no cabrá en el termo. Se ha negado. Hemos probado con la técnica de la zanahoria, cambiando el vegetal por una sardina en aceite y lo único que hemos conseguido es pringarlo todo. Finalmente la abuela ha tenido una idea luminosa. Sabiendo lo celoso que es ese bicho, ha cogido a Pepe y le ha prodigado infinidad de mimos. Pascualita, acostada en la arena del fondo del "acuario" no perdía detalle. Poco después ha empezado a mover la cola, primero lentamente y poco a poco ha ido dándole velocidad hasta que, con un brusco movimiento, ha saltado hasta el borde de la bañera rosa. La abuela seguía a lo suyo sin hacerle caso. A mi me daba un poco de asco verla besar aquellos labios cosidos. Finalmente la sirena no ha podido más y ha saltado a las manos de la abuela pero ésta la ha devuelto al agua ¡que valor tiene!. A continuación Pepe también ha ido a la bañera. Los dientes de tiburón han salido a "pasear" pero antes de poder  morder al pobre jibarizado éste ha saltado hasta el otro extremo del "acuario". Bizca se ha puesto Pascualita de lo desconcertada que estaba pero en seguida ha vuelto al ataque. Lo que ella no sabía es que la cabeza llevaba atado un cordel. Media hora después la sirena estaba reventada y su cara era un poema. ¿Por qué se movía tanto Pepe ahora si siempre estaba quieto? 

El estupor no favorecía a Pascualita. Estaba más fea que nunca y a mi me dio por reir. Se me caían las lágrimas viendo aquellos ojos saltones desorientados. No podía pararme... hasta que me paró un chorrito de agua envenenada que dio de lleno en uno de mis ojos. Entonces sí que lloré y pataleé de dolor. Un carretero se hubiese sonrojado de haberme oído... Quien sí me oyó fue, como no, la Cotilla desde su casa y no me escapé de escuchar - ¡Que cruz tiene ésta mujer con su nieta! 
 

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