viernes, 20 de abril de 2012

Pascualita está que trina contra la abuela. No entiende que no fuera a verla en cuanto llegó del aeropuerto y ahora no quiere saber nada de ella. No sé cuánto durará esta situación pero ahora la abuela es la que tiene que andar con cuidado y llevar gafas de sol cuando están en la misma habitación.

Ha venido Andresito a comer porque querían comentar anécdotas del viaje. Lo estábamos pasando muy bien hasta que ha recibido un chorrito de agua envenenada en un ojo. Se ha armado la marimorena. El pobre corría, desesperado, de un lado al otro del comedor.

Mientras saltaba como una rana de aquí para allá, he escondido a Pascualita en mi escote. Ahí siempre me da repelús porque está fría como un cadáver y encima, mojada; lo hago cuando no llevo bolsillos. Normalmente se queda quieta pero hoy no tenía otra idea que la de salir del escondite, al final  lo ha logrado y ha caído sobre el sofá. He ido a buscar la pecera y al volver he visto como Andresito se dejaba caer bruscamente sobre la sirena - ¡Nooooooo! (he gritado) - pero el daño ya estaba hecho. Si ha sido rápido en sentarse más lo ha sido en levantarse. Pascualita tuvo tiempo de poner en funcionamiento sus dientecitos de tiburón clavándolos en el trasero del vejete. El hombre no podía estarse quieto. Todo eran alaridos, carreras, restregarse el culo contra los muebles para mitigar el dolor y limpiarse la cara de lágrimas, babas y mocos. Me dio por reír y no podía parar. Todas estas circunstancias hicieron que la abuela montara en cólera y cuando más fuertes eran sus gritos apareció, como por arte de magia, la Cotilla a enterarse de lo que pasaba - ¡¿Qué pasa aquí?! - preguntaba a unos y otros a grito pelado para hacerse entender.

A duras penas oí el timbre de la puerta. El Municipal, espantado, me enseñó una nueva orden de registro. No habíamos llegado al comedor cuando la Cotilla, que acababa de recibir un chorrito de agua en el ojo (consecuencia de haberle gritado a la abuela delante de Pascualita) se puso a chillar como un cerdo cuando lo matan. El Municipal estaba paralizado - ¿Va a registrar, sí o no? - El hombre era un pasmarote en medio del pasillo, la sangre le había bajado a los pies y temblaba como una hoja - Esta casa es mala para mi salud (murmuraba en voz baja)

Parecía que había hecho acopio de valor cuando fue la abuela quien puso el grito en el cielo. ¡Pascualita había llevado a cabo su venganza y le había mordido en la mano! Dejé al Municipal con su canguelo y busqué a la sirena para ocultarla. La encontré junto a la botella de chinchón lamiendo las gotas que habían resbalado por el cristal después de que se sirvieran unas copas Andresito y la abuela. Estaba completamente borracha. Furiosa, la cogí sin ningún miramiento y volví a metérmela en el escote. La beoda de la sirena me mordió con saña. La busqué para retorcerle el pescuezo pero se me escurría y mi mano iba, frenética, de un seno al otro. Cada vez estaban más hinchados y aumenté en un minuto por lo menos tres tallas de sujetador. - ¡Dios mío. Milagro! - gritó el Municipal admirado, asombrado y excitado

Era lo que me faltaba. Salí corriendo de casa y a pesar del batacazo que se dio Pascualita contra el suelo, no la recogí. Miré de reojo y la vi reptar hacia el taquillón de la entrada. Tenía que desahogarme y me llevé a Pepe, que es el único de casa que sabe escuchar sin llevarte la contraria.

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