miércoles, 4 de abril de 2012

De buena mañana en casa había una actividad frenética. La abuela lo ha puesto todo patas arriba, limpia que te limpia. Pascualita ha sufrido en sus carnes el trajín porque a la abuela no se le ha ocurrido otra cosa que colgársela del cuello y trajinar arriba y  abajo, barriendo y quitando polvo. Al final la pobre sirena por poco se nos queda en el sitio a causa de los ácaros. No sé cuando entenderá la abuela que, hay cosas que un pez no hará nunca cuando vuelva a su hábitat y quitar el polvo es una de ellas.

Todo este jaleo es porque el domingo es Pascua ¡Menos mal que solo es una vez al año!. 

Hace unas horas que hemos entrado en la cocina a hacer panades. Para que Pascualita no se perdiera detalle de cómo se hacen los manjares tradicionales de ésta fiestas, la ha puesto sobre el mármol de la cocina, justo delante de ella y le ha ido contando, paso a paso, lo que estaba haciendo. Como la otra la mira con tanta atención, he llegado a pensar que, realmente, la entiende. Al final, entre las dos me van a volver majareta.

Al cabo de un rato Pascualita parecía una sardina enharinada. Nos hemos reído mucho porque como es tan comilona, la teníamos que apartar continuamente de la masa. Al final ha puesto mala cara.

El horno y el buen ambiente que reinaba en la cocina nos han hecho muy agradable el trabajo y la tarde ha pasado casi sin darnos cuenta. Al terminar había treinta panadas para hornear. Ahí hemos tenido división de opiniones y hemos discutido un rato sobre si era conveniente cocerlas todas o solo una parte y el resto congelarlas. Cuando hemos llegado a un acuerdo la abuela ha metido la primera bandeja al horno y nos hemos puesto a merendar sentadas a la mesa de la cocina. De repente la abuela ha saltado - "¡¿Dónde está Pascualita?!" - Buena pregunta porque la sirena había desaparecido.

Buscamos entre el revoltillo de cosas que había sobre el mármol, en los  paquetes de harina, en la bolsa de la basura, en los estantes de la despensa, en el suelo ¡por todo!. De repente las dos nos miramos ¡habíamos tenido la misma idea! ¡El Horno! Como dos locas tiramos de la bandeja sin importarnos que estuviera ardiendo. Abrimos las panadas, destrozándolas y no encontramos nada. Repetimos la operación con todas las que teníamos preparadas y lo único que conseguimos fue estropear todo el trabajo.

Nos untamos aceite las manos para paliar las quemaduras y decidimos hacer un alto en la búsqueda tomándonos una copita de chinchón para calmar los nervios. Mientras tanto hacíamos cábalas sobre dónde podría estar la dichosa sirena. El paño que tapaba la pasta de los crespells se movió ¡Allí estaba la señorita, poniéndose tibia de pasta dulce!. La alegría de encontrarla fue momentánea, para ello bastó solo con dar una hojeada al desastre que habíamos armado por culpa suya - ¿A qué debe saber una sirena al horno? - "¿O como relleno de panadas?" - Nunca ha estado una sirena tan cerca de formar parte de la comida tradicional mallorquina de estas fiestas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario