sábado, 31 de marzo de 2012

¡Menudo día! Pere Garau estaba a tope y me he negado a meterme en aquel dédalo de callejones, puestos de verduras, gentes chocando unas con otras mientras las ruedas de los carritos acribillan pies y tobillos.
La abuela, sin embargo, disfruta con estos jaleos. No le importa hacer colas porque en seguida pega la hebra con los que tiene al lado. Ha traído verdura para parar un tren - "Para las panades y cocarrois... " - ¿Y tanta carne? ¡Estamos en Semana Santa, hay que hacer panades y el domingo de Pascua, el cordero! ¡Todos los años tengo que decirte lo mismo!."  - ¿Este año tampoco me libraré del Potage de Semana Santa? - "Puedes estar segura de que no. Estás fiestas sin el potage no serían lo mismo" -

La Cotilla ha aparecido por casa en cuanto hemos llegado - ¿Cuándo es el potage, el Jueves o el Viernes?  - Fui a buscar a Pascualita, la metí en el termo y dije adiós a la abuela - Oye, que se lleva tu termo ¡Que aprovechada es esta chica! Hasta los ojos te quitaría si la dejaras -

Salí de prisa para no contestarle. Fui hasta el mar. Hacía un día tan espléndido que me apetecía pasear por la playa. En cuanto la brisa marina se coló en el termo Pascualita asomó la cabeza. Había dejado el tapón desenroscado para que pudiera ver las olas. Se agitó muchísimo. Le conté los incidentes ocurridos en Barcelona durante la huelga, (no se me ocurrió otra cosa) con voz suave, aterciopelada, alargando cada final de palabra para que se relajara pero no funcionó. De repente empezó a lanzar dentelladas a diestro y siniestro y para evitar males mayores, coloqué de nuevo el tapón pero ella presionaba con las manitas y no conseguí enroscarlo. No me quedó más remedio que aguantarlo sobre ella, con los dedos.
Como el sol picaba me arrimé a la orilla a probar el agua. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando una ola me mojó los pies ¡que fría! pero no me di por vencida y poco a poco el agua me llegó al tobillo. Era agradable. Una gaviota pasó sobre mi cabeza en vuelo rasante ¡Epa! ¡Que susto! Pendiente del dichoso pájaro y no vi el escalón bajo el agua. Me falló el pie y caí de bruces y al hacerlo solté el tapón. Pascualita, atónita, no podía creer en su buena suerte, por eso salió del termo muy despacio en el momento en que yo me incorporaba. Al verla en el agua, me tiré a por ella pero me esquivó ¡¡¡Se va, se va!!! pensé, desesperada y volví al ataque. Ella ya se había recobrado un poco de la sorpresa y su cola inició un movimiento para impulsarse como un cohete pero me tiré en plancha sobre ella y la atrapé. Me costó muchísimo introducirla de nuevo en el termo: sangre, sudor y lágrimas.
Llegué a casa chorreando. En el camino coseché risas, bromas, y también piropos y silbidos, incluso del guardia civil que vigilaba la puerta de la Comandancia. Hasta que me vi reflejada, de frente, en la luna de un escaparte, no me di cuenta de que iba "pidiendo guerra". La camisa blanca y pantalón claro, pegados y transparentes, no dejaban lugar a duda.

Menuda bronca recibí cuando le conté lo que había pasado a la abuela.  La Cotilla bajó a ver qué pasaba y yo me escondí en mi cuarto y me atiborré de pastillas contra el dolor, tanto de cabeza como el de los mordiscos. Ahora la sirena no me puede ni ver. Durante unos días llevaré las gafas de sol dentro de casa.

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