domingo, 5 de febrero de 2012

¿Ocurre algo en el mundo estos dos días salvo que en las Baleares nieva? Me gustó ver la Catedral a través de la nevada y las playas blancas y los tejados y los coches, etc. pero ya vale. Ya lo hemos visto.
Salimos a la calle con la cámara de fotos para inmortalizar cada rincón enharinado de la Ciudad. Por supuesto, Pascualita no se quedó en casa. La abuela le había tejido una bufanda que le cubría todo el torso (cuando pregunté que por qué no la había hecho más larga para que pudiera cubrirse toda, contestó que solo le interesaba la parte "humana", los peces no tienen frío. Como siempre, sus teorías son irrebatibles). Cómo no cabía dentro del termo por el volumén de la bufanda, la metió en el taperware ancho que ya usó cuando la sirena engordó como un lechón.
Caminando por C,an Pere Antoni la miré. Estaba azul, por lo visto el agua caliente que le pusimos se había enfríado y la pobre daba unos tiritones de aúpa. Cuando la abuela la vió se puso muy nerviosa y entre los nervios de una y los saltos de la otra, Pascualita se fue al suelo, mejor dicho, a la nieve. Menos mal que la bufanda llevaba los colores de la señera que si no la perdemos.
La abuela se agachó para cogerla pero patinó y se cayó cuan larga es. Al ir a levantarla también resbalé. Era un no parar. Cuanto más hacíamos para ponernos de pie la traidora capa de hielo, camuflada bajo la nieve, nos jugaba una mala pasada.
Perdí de vista a Pascualita, la nieve la tapaba. Algunas personas se acercaron para ayudarnos y pronto nos convertimos en un montón de gente que se incorporaba y caía partiéndose de risa. Otros vinieron pensando que nos lo estábamos pasando bomba y en lugar de formar una gran bola de nieve, la formamos de personas. A lo lejos, la Catedral con mantilla blanca de novia, nos miraba mientras se aguanta la risa. (¿Nos verá también el Obispo? pensé).
Finalmente llegó alguien que supo aguantar el equilibrio y gracias a él nos fuímos poniendo todos en pie. Habían sido tantas las risas allí que, incluso hubo quienes intercambiaron teléfonos. Dos hombres muy amables ayudaron a la abuela. Se apoyó en ellos y tras una rápida ojeada para calibrar la mercancía, desplegó sus armas de mujer dolorida. No tardaron nada en invitarla a tomar "algo calentito". Yo no tuve tanta suerte, me ayudó una mujer que, encima, me recriminó el calzado que llevaba y por supesto, no me invitó a nada.
Al quedarme sola busqué a la sirena, si es que quedaba algo de ella. Estaba hecha unos zorros. La habían pateado y presentaba magulladuras en todo el cuerpo pero, lo peor de todo es que había perdido la bufanda y estaba más tiesa que un palo. La metí en el bolsillo de mi maltrecho anorak. Al llegar a casa la sumergí en agua templada.
Sobre las seis de la tarde llegó la abuela. Venía encantada de la vida. -¿Qué te ha pasado? - "Me han invitado a comer dos hombres guapísimos y no iba a decirles que no. Después les he invitado yo al Funeral ... por cierto, pásate mañana a pagar, que no llevaba un euro encima... Lo que nos hemos reído y ... bebido. El chinchón levanta un muerto. Hemos quedado para ir de torrada jueves. Uno tiene una finca por Esporlas y está loco por enseñármela... ¿Y a tí cómo te ha ido? ¿También has ligado?" - Me he pasado todo éste tiempo pendiente de Pascualita - "Ay, sí... ¿cómo está mi niña?" - le dijo, zalamera, mientras tocaba el cuerpecito con un dedo. Se le olvidó que la sirena es un saco de rencor y no le dió tiempo a retirar la mano. Esta vez fuímos Pascualita y yo quienes nos hicimos la señal de OK mientras la abuela gritaba como una posesa.

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