martes, 28 de febrero de 2012

La abuela me estaba enseñando el paquete de judías pintas que acababa de comprar - "Mañana comeremos un buen potag... ¡Ay, Dios mío!" - La bolsa, inexplicablemente, se rompió y hubo judías por todo el comedor - ¡Jolín, abuela! mira la que has formado.-

Llamaron a la puerta de manera imperiosa y abrir armada de escoba y recogedor - ¡Ya va, ya va ¿A qué vienen tantas pri... sas... - Frente a mí estaba la autoridad. Esta vez venían dos municipales. El que llevaba la voz cantante parecía un superior, el otro era "nuestro" Municipal que se escondía tras la espalda de su jefe - Venimos a registrar la casa y será mejor que no ponga impedimentos - Pasen, pasen. Usted ya sabe el camino ¿verdad? - le dije a nuestro conocido con una sonrisa que él no apreció. Estaba pálido y demacrado.

El jefe entró como un elefante en una cacharrería y pocos segundos después empezó a trastabillar. Había pisado las judías. A partir de ahí dedicó todos sus esfuerzos a no perder el equilibrio  hasta que, por fin, dió con sus huesos en el suelo y acabó frenándose contra una pata de la mesa. El golpe hizo que Pepe se bamboleara hasta caer sobre la cara del guardia. "Nuestro" Municipal estaba desencajado. Su Superior había entrado en casa con mal pie y para remate, le caía encima la cabeza de un muerto. Todo eso le daba mal fario y no salió corriendo porque el sentido del deber y la disciplina le retuvieron.

A duras penas el hombre logró agarrarse a una silla y sentarse. Estaba mareado y la abuela, para acabar de arreglar las cosas, le puso un vaso de chinchón, que él tomó por agua y se bebió de un trago. Acto seguido sintió el fuego abrasador de una barbacoa en sus entrañas - ¡¿Qué me ha dado?... ¿Quiére matarme?! - El Municipal pensó que era el momento oportuno para tocar retirada - ¡Vámonos, señor! - Déjese de tonterías, hombre... Por cierto ¿qué es lo que me ha caído en la cara? - "Se llama Pepe y es la cabeza de un decapitado por los jí..." - ¿Está confesando el crimen de un hombre llamado José? - "¿Quién es José?" - ¡Dígamelo usted! - "Así, a bote pronto, solo recuerdo a San José" - Me parece que va a tener que contarme muchas cosas - "Mejor pregunte en la tienda de los chinos. Ellos se lo podrán explicar mejor. Además, no puedo quedarme a un interrogatorio con lo largos que son. Tengo que ir al Funeral..." -  Lo siento, pero no va a ir a ningun sitio hasta que no aclaremos lo de José - "... ¿Por qué no viene conmigo? Y así conocerá a los Finados" - ¿De cuántos hablamos? - "Ya van quince" - ¿Todos a la vez - "¡No, hombre! De uno en uno... Sus cabezas están colgadas en la pared y queda muy emotivo" - El superior abrió unos ojos como platos. - ¿Y lo dice tan pancha? - "¿Qué hay de malo en ello?"

Viendo que el mal entendido podía traer consecuencias, le recordé al guardia que debía hacer un registro. - Eso ahora es lo de menos. Dígale al jefe superior de venga. Tenemos una asesina en serie - El Municipal llamó despues de intentar convencer, una vez más a su jefe, de que lo mejor era largarse.

La abuela se enfadado. No consentía que la trataran como a un Urdangarín cualquiera. Haciendo caso omiso del Superior, se preparó para ir a la cafetería. Cuando llegó el Jefe Superior ella estaba hecha un pincel, con el bolso en una mano y las llaves de casa en la otra. - ¿Se va, señora? - le dijo cuando la abuela le abrió la puerta - "Sí... En confianza le diré que es difícil aguantar a alguien que ha bebido y más si es un agente del órden" - Pascualita, que iba en plan broche, hizo la señal de OK y los ojos del guardia hicieron chirivitas. Después vino la gran bronca al Superior por beber (y mucho) estando de servicio. "Nuestro" Municipal no abrió la boca, felíz por salir ileso de mi casa.

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