miércoles, 29 de febrero de 2012

Había que aprovechar el tiempo primaveral, por eso nos fuímos dando un paseo hasta C,an Pere Antoni. Llevábamos (llevaba) la mochila con agua, cerveza y bocadillos, más un cubito para que Pascualita se bañara junto al mar.

La caminata cansó a la abuela que se empeñó en llevar tacones y al llegar a la playa se negó a dar un paso más y se sentó en los escalones de acceso. En cambio yo me di un buen paseo por la arena fresquita de la orilla. Como no tenía prisa no volví hasta que el estómago pidió comida.

La abuela no estaba donde la había dejado. Había extendido una toalla grande para sentarse y recostándose luego contra la pared. Tuve un presentimiento: seguro que no había puesto a Pascualita en remojo. Y así fue. El pobre bicho, en plan broche, estaba al sol y ya iba cogiendo el color de las gambas cocidas. Corrí para coger el cubito y llenarlo de agua pero me detuve, horrorizada, a pocos pasos de ellas. Sobre el pecho de la abuela, que roncaba como una orquesta sinfónica, había un dragón grande en posición de ataque.

Tenía los ojos fijos en la sirena y yo los pelos como escarpias. El pánico me había paralizado ¡era imposible que yo me acercara a un dragón aunque fuera para salvar una vida!. Corrí hacia atrás. Miré a ambos lados. El miedo no me dejaba pensar con claridad y no había nadie a quién recurrir.

El dragón avanzó un poco y el cuerpo me grito ¡VETE! aunque sabía que no debía hacerlo. Pascualita no estaba en condiciones de plantar cara a nadie. Se la veía deshidratada y con una insolación de caballo. Estaba en inferioridad de condiciones... ¿Qué podía hacer yo salvo echar a correr?. Ví un palito a mis pies y lo tiré con la intención de darle al dragón y asustarlo pero ni lo rocé. Busqué más cosas para tirarle, siempre de lejos, para que no me viera y saliera corriedo hacia mí. Si lo hubiese hecho me hubiese tirado al mar de cabeza y no hubiese parado de nadar hasta llegar a Barcelona.

Al final una copiña cayó a su lado y el bicho se movió, cosa que me erizó más el pelo si cabe. Pensando que ya había afinado la puntería, tiré otra conchita y le dí a la abuela que se movió, molesta. Fue entonces cuando el dragón subió hacia su cara y yo grité con todas mis fuerzas, como si me estuvieran matando ¡¡¡Aaaaaaaahhhhhhhhh!!! - "¿Qué te pasa, loca?... ¿Qué es est...? ¡¡¡Aaaaaaaaahhhhhhhh!!!" - La gente del Paseo se arremolinó para ver qué pasaba. La abuela se había desmayado y yo estaba a punto.

Como por arte de magia apareció Blas, el Parado que estaba vendiendo kleenex en el semáforo y me agarré a él como a un salvavidas. - ¡¡¡Había un dragón enorme en la cara de la abuela!!! ... - Durante una milésima de segundo pensé en Pascualita - Llena el cubito de agua, por favor - Así lo hizo y ... ¡se la tiró a la abuela para que volviese en sí! - Llénalo otra vez - Cogí a la pobre Pascualita después de sacudir de mi mente la visión del dragón que, unos minutos antes aún estaba allí. Parecía más muerta que viva, menos mal que el agua de mar la reanimó un poco - ¿Para esto quieres el agua? ¿Para meter el broche? Con razón dice la Cotilla que eres rara... Oye, ¿no serías tú quién me rozó la pierna el otro día, verdad? - ¿Y qué si lo era? - No, nada pero... me hacía ilusión que hubiese sido tu abuela - ¡Hombres!.

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