martes, 3 de enero de 2012

Una de las veces que he entrado a ver a la abuela Pascualita apenas asomaba la cabeza entre las sábanas. Sus ojos saltones no me perdían de vista y me ha extrañado porque, normalmente, pasa de mí. Fijándome con más detenimiento he creído percibir un grito de auxilio en aquella mirada. Sin pensármelo dos veces la he metido en el termo y con la excusa de quitarla de en medio por si venía la policía, hemos salido a la calle.
Al final he acabado frente al mar. Al bajar a la playa he destapado el termo para que Pascualita oliera y sintiera la brisa marina. Al pensar que la pobre sentíría la nostalgia del emigrante he tenido la tentación de darle la libertad pero, en el último momento no me he atrevido. Hacer algo así a espaldas de la abuela hubiese sido una traición. Al final he sacado a Pasculita del termo y nos hemos tumbado en la arena a tomar el sol.
Se estaba tan bien allí, sin hacer nada, ni oír los gritos de la abuela, sintiendo el rumor de las olas, los gritos de las gaviotas, que me entró un sopor muy peligroso. No podía dormirme teniendo allí a la sirena pero me costaba mucho mantener los ojos abiertos... Un poco de arena que cayó en mi cara me despertó. A mi lado había un niño pequeño que jugaba con Pascualita ¡Dios! ¡Peligro, peligro!- Dame eso, guapo - No. ¿Qué es? - Un muñeco mío que tu no tiene que tocar. Dámelo te digo - No... ¡Maaaaammmmmááááá! - Una mujer jóven y entrada en carnes vino al rescate del mocoso - ¿Qué le hace a mi niño? - No le hago nada, solo quiero que me de el muñeco que me ha cogido - ¿Un muñeco? ¿vienes a la playa con un muñeco? ¡Eres rara, tía!... A ver, cariño, ¿dónde está el muñequito? - El cabroncete lo tenía escondido en la espalda y no quería dar su brazo a torcer - ¡Qué me lo des, te digo! - ¡Que no! - ¡Quíteselo antes de que lo rompa! - ¡Cállate ya! y tú, ¡trae pacá la tontería esa! - Finalmente se lo arrebató con rabia. En cuanto lo tocó su cara se trasformó en una mueca de asco - ¡¿Pero qué porquería es esta?! - y tiró a Pascualita lejos de mí, junto a la orilla del mar.- ¡Cuidado! Y a ver si enseña al mocoso ese a no tocar lo que no es suyo - ¡No me cabrees más ni me digas como debo educar a mi hijo. Y te aseguro que como le salga algo malo al niño por haber tocado esa guarrada, te denunciaré. - Corrí hacia Pascualita. Una gaviota aterrizó a su lado, otras tres lo hicieron un poco más allá. Recogí una lata de cerveza del suelo y se la tiré para asustarlas pero no hizo mucho efecto.
De repente Pascualita actúo. De un coletazo llegó hasta las patas de la gaviota más cercana y clavó en una de ellas sus dientecitos de tiburón. Inmediatamente el animal graznó dolorido y batió alas, desesperada.  Llegué junto a ellas en el momento en que intentaba emprender el vuelo con Pascualita agarrada fuertemente a su pata. Me costó mucho esfuerzo y bastantes picotazos, arrancarla de allí. Cuando lo logré me acerqué al mar y metí las manos para lavarme las heridas de la cara. Sentí que el cuerpo de Pascualita se tensaba. Era la primera vez en mucho tiempo, que volvía al mar, pero no la solté.
Un grupo de personas se había congregado a ver el espéctaculo de una mujer peleándose a brazo partido con una gaviota por algo que no alcanzaban a ver. -¡Todo este jaleo por un muñeco asqueroso! - explicaba la madre del niño entrometido.

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