martes, 6 de diciembre de 2011

¡Estoy muerta de hambre! La abuela ha impuesto un régimen de comidas tan estricto y riguroso que no durará mucho, por lo menos por mi parte porque moriré, canija perdida, antes de que acabe el mes. Y todo porque no pudo ponerse unos pantalones pitillo, no le cabían.Ha emprendido una cruzada a muerte contra los michelines y  Pascualita y yo vamos a ser las víctimas colaterales. 
Es una tristeza sentarse a comer y ver el menú: acelgas hervidas, un buen plato eso sí; para beber una bebida diurética que me tiene todo el día soltando el chorrito y como postre un golpe en la boca. Nada. Empiezo a ver visiones y me imagino un suculento bocadillo de tomate, aceite y una gruesa sardina que dice ¡cómeme! Hum, que cosa tan rica... Lo malo es que ahora no puedo mirar a Pascualita porque ¡me la quiero comer!
- Abuela, esto no puede seguir así. ¿has visto la cara que tengo? - "La de siempre, ni más ni menos" - Pero con pinta de enferma ... ¿Aún no te caben los dichosos pantalones? ¿Es qué no tienes otros que ponerte? - "Hasta que no me entren los pitillo no pienso ponerme otros ¡Y no te quejes tanto que yo también paso hambre y no digo nada!" - Pero es que es tú problema ¿Qué culpa tenemos Pascualita y yo?  ¿Qué lección se supone que le enseñas con esta postura tan drástica? - "Qué quién algo quiere, algo le cuesta" - Pues a nosotras, que no queremos esto, nos costará la vida. - "Y también a ahorrar porque después del viaje tengo la cartera seca" - ¡Que cara tiene!
Recuerdo que, hace ya tiempo, empecé un régimen de adelgazamiento, bajo prescipción facultativa y me fue bien, al que la abuela no dejó de criticar y boicotear. Decía que era una salvajada, que arruinaría mi salud, que no habría hombre que me mirara, que era una locura en la que no participaría. Cocinaba para ella sola unos platos sabrosos que me hacían flaquear el ánimo. Aquel ataque furibundo acabó tirando por tierra mi plan y claudiqué. Resulta que ahora hace ella lo mismo, muchísimo más estricto y es algo bueno y positivo para todas. Cuando se lo echo en cara me dice tan fresca: No es lo mismo...  Llaman a la puerta y la abuela, que está cerca, abre sin preguntar quién es, menos mal que aún me queda algún reflejo y meto rápidamente a Pascualita en el bolsillo de la bata porque he reconocido los pasos de la del 4º. Sigue pensando que en mi casa hay gato encerrado y sus ojos van de un lado a otro mientras habla de nimiedades. De nuevo suena el timbre y aparece un hombre mayor, junto con la abuela, en la salita - "¡Es Andresito!" - dice mientras lo señala. La atención de la cotilla se centra ahora en el visitante y yo pienso aprovechar este lapsus para llevar a Pascualita a mi cuarto donde está la pecera pero la voz de la abuela me lo impide - "¿No vas a darle un beso, nena?" - Cumplo con el protocolo mientras noto como la pobre sirena se mueve desesperada en el fondo del bolsillo. La sujeto con la mano para evitar que se note el movimiento - ¿Qué tienes ahí? - dice la vecina a la que no se le escapa nada. Esto me ha puesto nerviosa y aprieto la mano, entoces Pascualita se escurre y sale disparada hacia arriba para acabar colgada de la oreja de la chismosa. Y muerde con ganas la carne suave porque tiene hambre. Esta vez no se defiende, ahora come. La abuela, en un arranque de inspiración, le da un morreo en la boca al viejo que lo deja sin aliento y al borde del infarto, mientras, trato de coger a Pascualita entre los manotazos y los gritos de la cotilla. Cuando, por fin, meto a la sirena en la pecera, el agua se tiñe de rojo y se chupetea los dedos satisfecha. Por lo menos ella a comido. La salita es un caos de gritos, llantos y acusaciones por parte de la del 4º y de embeleso de Andresito que se ve claramente que bebe los vientos por la abuela. La vecina nos ha amenzado con los siete males y una nueva denuncia a la policía. Tanto trajín me ha mareado pero se me pasa en seguida cuando oigo la voz cantarina de la abuela: "¡Mirad. Ya me entran los pitillo!" - Gracias, Dios mío - "¿Os apetece paella? 

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