martes, 15 de noviembre de 2011

Para terminar de suavizar las relaciones familiares he invitado a la abuela al cine. Tanto ella como yo hacía siglos que no íbamos y parecíamos niñas con zapatos nuevos.
Después de un buen rato de cola, llegamos ante la taquilla donde quedé boquiabierta ¿"aquello" eran los precios?. Iba a pedir dos de general, de las más baratitas cuando la abuela, echa un manojo de nervios gritó  - ¡¡¡Que te den las gafas! ¡Quiero verla con gafas, por favor!!! - ¿Cón gafas? pero si es mucho más caro - "¿Tu quiéres que hagamos las paces, verdad? me dijo con una media sonrisa sibilina.
Al poco rato de haber empezado la película ya estaba mareada y cansada de dar gritos pensando que todo lo que se tiraba, atacaba o volaba, caería sobre mí. En cambio la abuela estaba tan campante, muy metida en la historia y pasándoselo en grande. Al apartar los ojos de la pantalla me entretuve observando las reacciones de la abuela y fue entonces cuando ví que algo reptaba por su jersey,  fui a quitárselo cuando una mano, venido del otro lado, pegó un manotazo a la "cosa" lanzándola tres filas de butacas más allá. La abuela se puso de pie de un saltó y dio un tortazo al de la mano que se oyó en toda la sala, después miró el taper que llevaba colgado del cuello y a voz en grito, dijo :¡¡¡Pascualitaaaaaaa!!!. Mientras tanto, tres filas más allá se había formado un revuelo y gracias a las luces de la pantalla, pude ver al gordo gusano en que se había transformado la sirena, volar de un lado al otro del patio de butacas como si fuera la pelota de tenis. Todo eran gritos, espantos y manotazos. Yo corría como una loca intentando agarrarla, tropezando con unos y otros, siendo zarandeada por gente a la que acababa de pisar el callo, intentando meterme a duras penas en las filas de butacas y lanzándome a por Pascualita como un portero de fútbol, cayendo sobre los espectadores, cada vez que pasaba cerca de mí y sin conseguir cojérla. Al final se encendieron las luces de la sala. Entonces ví venir a Pascualita en un vuelo rasante y me tiré a por ella aterrizando cuan larga era , en el pasillo. Antes de levantarme la escondí en mi escote sin pensar en las consecuencias de esta acción ya que bastante tenía con la bronca y los insultos que recibía del público. Oí a unos chicos gritar: ¡Y luego dicen que los gamberros somos nosotros!
Al llegar a la calle, lejos de miradas extrañas, examiné a Pascualita. Estaba lacia, desmayada, roja a causa de los golpes recibidos y la sangre que casi la cubría. Luego ví que no era suya. Tenía trocitos de carne entre los dientes.La sirena vendió cara su vida. Más de uno o una, estaría ahora llorando, sin saber explicar qué era lo que le había mordido y causado tanto dolor.
Nos fuímos de allí, amparadas entre las sombras. Afortunadamente el autobús acababa de llegar a la parada.Ya en casa, Pascualita estuvo mucho rato tumbada en la arena del fondo del "acuario". Cuando más preocupadas estábamos por ella, la vimos levantarse y subirse al borde rosa. Nos miró con sus ojos saltones y dió un salto mortal hacia atrás, una y otra vez, sin descanso. La abuela aplaudía felíz. - "¡¡¡Mírala, se lo ha pasado en grande!!! Bien está lo que bien acaba pero yo con ellas no vuelvo al cine.

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