martes, 8 de noviembre de 2011

8 de noviembre de 2011

Le he comprado a Pascualita un acuario de 2ª o 3ª mano. Necesita hacer ejercicio porque se está poniendo como una ballena (menos mal que no crece sino nos echa de casa). Cuando ví el acuario no me pareció tan grande, claro que estaba entre un montón de trastos en un almacen de compra-venta pero al ponerlo en casa ha sido como meter en ella el océano Pacífico. Hace dos metros de largo y me ha tocado mover muebles, vaciando una pared para poder colocarlo. La abuela se ha escaqueado. Eso sí, ha dado la vara todo el tiempo:" más a la derecha... un pelín más... ¡ya te has pasado, es que no tienes mesura. Haz las cosas con cariño y no a la buena de Dios como siempre" - me he tenido que contener para no tirarle algo a la cabeza. Después he llamado a una amiga con coche para que me ayudara a trajinar el agua. Hemos hecho unos cuantos viajes a la playa cargadas de bidones. El trajín ha sido largo y pesado porque el acuario no se llena con cinco o seis bidones. Al final pensé que los brazos se me habían alargado por la cantidad de peso que habían transportado. He rematado el trabajo poniendo arena en el fondo y sembrando algas, colocando piedras porosas para que la sirena pueda jugar entrando y saliendo por sus agujeros... cuando pierda peso, espero que ahora  no lo haga porque se atascará. Un barquito pirata hundido, el cofre del tesoro abierto, en fin, que ha quedado chulísimo. La abuela, que siempre tiene que decir la última palabra, ha dicho que nunca había visto un acuario tan hortera - ¿Hortera? ¿cuántos has visto en tu vida? - Que mal me han sentado sus palabras después de lo que he trabajado - "Reconoce que la decoración no es lo tuyo, hija y no estés siempre a la defensiva cuando te hablo... Mira, cuando llegue Navidad lo adornaré yo y verás lo que es tener gusto para las cosas" . Menos mal que han llamado a la puerta porque la discusión hubiese subido de tono.
Mientras yo iba a abrir, la abuela ha escondido a Pascualita n mi cuarto. Era su amiga del 4º, una chismosa meteméntodo a la que no aguanto y más cuando se juntan las dos. En cuanto a visto el acuario todo han sido aspavientos hasta que se ha fijado que dentro no había ningún pez. -¡Mira, como el aeropuerto de Castellón, aquel no tiene aviones y esto no tiene peces! ¡que desperdicio! - "Es que aún no los hemos comprado pero, esta misma tarde iremos a por unos cuantos" - ¿Cómo que unos cuantos? ¡Pero si aquí caben un montón! ¡Que pena, unos tantos y otros tan poco! - "¿De qué hablas?" - Mi pobre Anacleto solo tiene una mísera pecera en la que casi  no puede moverse - "Cómprale una más grande" - ¡No puedo! ¡Soy pensionista! y estoy sola, no como tú que tienes a la nieta que gana un jornal - "¡Tampoco es para tanto, no creas! A ésta no la mueve la ambición y así nos va" -Me despedí lo más educadamente que pude y puse tierra por medio.
Unas horas después regresé a casa, libre ya de la visita. Sobre la mesa una nota de la abuela me decía que se había ido al Funeral. Siempre pienso que se ha muerto alguien cuando nombra a su bar favorito. Me acerqué al acuario y vi que seguía vacío. Con la cháchara, a la abuela se le había olvidado meter a Pascualita, así que cogí la pecera que seguía en mi cuarto y la vacié en él. Me senté a ver su reacción . Al principio pareció asombrada de verse tan ancha y con tanta agua. Recorrió el acuario como si calculara su capacidad, luego descendió, fijándose y tocando todo cuanto había en el fondo. De repente dió un respingo y quedó tiesa, espectante ¿Qué le pasaba?  ¿Sería alérgica a alguna de las algas? pero no, porque, inmediatamente, un pez rojo, de esos que hay en todas las peceras, salió disparado hacia el barco pirata. Pascualita estuvo en un trís de agarrarlo pero su grosor le impidió entrar en la bodega donde se había escondido el otro. La sirena me miró como diciendo ¿quién ha puesto esto aquí?
Cogí la redecilla para pescarla pero no se dejó, se revolvió como una fiera y de una dentellada cortó la fina red y otra vez montó guardia delante del barco. No iba a dejar escapar a su presa.  Entonces fui a por el guante de acero y un colador. Caí en la cuenta de que esos peces rojos son de agua dulce, debía sacarlo de allí sin que Pascualita se lo comiera. Peleé como una leona, con la mano enguantada, para agarrar a la sirena
mientras con la otra, armada con el colador, intentaba hacer salir al pececito. Por fin salió, medio muerto de asfixia y fue fácil pescarlo. Inmediatamente lo metí en la pecera llena con agua dulce. Sabía que Pascualita no me perdonaría aquella traición y así fue. Me atacó como si fuera un tiburón blanco venido a menos. Sus dientes se estrellaban una y otra vez, en el acero del guante, entonces saltó hacia mi cara al tiempo que me lanzaba chorritos de agua a los ojos. Alguno medio de lleno y mientras me los protegía sentí un mordisco dolorosísimo en el brazo. Mis manos eran aspas de molino en movimiento. Sin saber lo que hacía, porque no veía nada, reboté contra el acuario una y otra vez hasta que se abrió por las juntas y muchos litros de agua se me vinieron encima. A duras penas pude meter a Pascualita en una olla con agua de mar.
Cuando llegaron la abuela y la vecina ya estaba todo recogido. Desde mi cuarto, donde me reponía de los ataques de la sirena, oí la voz alterada de la del 4º - ¡Que egoísta es esa nieta tuya! Prefiere ver el acuario vacío a dejar que disfrute en él mi pobre Anacleto! ¡Míralo, lo ha metido en la pecera! A veces más vale estar sola que mal acompañada. - La abuela parecía no escucharla, solo ha la oído comentar - "¿Y el acuario"?

1 comentario:

  1. Dos metros? ni mi bañera mide tanto y caben tres niños. Y espero que el agua no fuera de Ca'n Pere Antoni, o la pobre Pasculaita tiene los días contados.

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