lunes, 7 de noviembre de 2011

7 de noviembre de 2011

Las deudas tiene que pagarse y si se le deben a la abuela, más. Acordamos el día en que la llevaría a cenar por haber perdido en el juego de ligar. Había pensado en un chiringuito, algo baratito para no desequilibrar el presupuesto pero, mi gozo en un pozo. Ella decidió por mí y yo sentí el temblor que se apoderó de mi cartera. En vista de que había perdido por goleada y encima, hice trampas, me impuso como penitencia, ir al restaurante de más categoría de la ciudad. - ¡No lo puedo pagar! - "Siempre te quedará el recurso de fregarles los platos". No hubo manera de convencerla por más que lloré y pataleé. - "Además de sosa, eres de la Virgen de Puño... que desastre de mujer ¡así no te voy a casar nunca!" 
Para rematar la jugada Pascualita y yo amanecimos resacosas, con mal cuerpo y jurándo (en mi caso) a todos los dioses, que nunca más probaría el chinchón (promesa que ya he roto no sé cuantas veces) la abuela, en cambio, estaba como una rosa. Muy activa y cantando a voz en grito, para que la oyeran las vecinas, "¡¡¡Esta noche será de tronío. Cenaré como una reina y no paragaré un eurillo!!!" - No sé cuantas pastillas me tomé contra el dolor de cabeza. Pascualita no emergió en todo el día, se lo pasó echada sobre el montón de arena del fondo de la pecera. Por la noche la abuela se puso de punta en blanco (o lo que sea que ella considera el colmo de la elegancia) y me obligó a hacer lo mismo porque "no debemos desentonar" - Al salir, metió a Pascualita en el termo. Yo iba de luto riguroso para el entierro de mis ahorros de un año en la caja registradora del restaurante.
Desde que entramos, la abuela no paró de dar el espectáculo, como siempre- ¡Ooooooooh. Que bonito! ¡Mira, mira, aquella tía lo elegante que va...¡Oiga... sí, usted...! ¿Dónde se ha comprado esa blusa? ¡Me encanta! En los chinos de al lado de casa he visto una igual ¡Me la compraré!" - Abuela, calla - Al camarero le pidió de todo - ¿Vas a comerte todo eso? - "Haré lo que pueda y si queda algo, este señor tan atento lo meterá en una bolsa que traigo del Pryca y nos lo comemos mañana" - y le dió la bolsa de plástico al camarero que debía estar viendo visiones. Destapó el termo para que Pascualita no se perdiera detalle, entonce ví que a penas cabía en él. La sirena había engordado y no nos habíamos dado cuenta. Se lo comenté a la abuela - "Creo que sí porque tengo que meterla a presión" - No es raro ya que a todas horas le da de comer, incluyendo el pienso para peces que no escatima y encima no hace ejercicio. Eso me preocupó mientras comía mi sopa de tomate, carísima. No pedí nada más porque tenía el estómago cerrado al pensar en la factura que tendría que pagar y por la cháchara que la abuela compartía con las mesas de al lado molestando a todo el mundo. Pascualita, mientras, hacía esfuerzos para desencajarse del termo, metió la tripa, tomó impulso y salió despedida a mi plato donde quedó flotando salpicándome de  líquido rojo. Ahogué un grito pero la abuela no. ¡¡¡Pascualita, ¿qué haces?!!! La sirena estaba tan aturdida como yo. Intenté cogerla una y otra vez pero me patinaba y cuando pensé que lo había logrado, se escurrió de mis manos y aterrizó en el cogote de un señor de la mesa de al lado. Se estremeció cuando sintió el golpe y más cuando Pascualita se deslizó espalda abajo ya que el hombre llevaba una camisa suelta. Cuando, por fin, se hizo con ella dió un grito al descubrir en sus manos un enorme gusano sanguinolento que mostraba unos afilados dientes. Lo soltó de inmediato, con tan mala suerte que fue a caer en el escote de una modelo enfrascada en convencer a un viejo ricachón de que ella era lo mejor que le había pasado en la vida. Y así, de mano en mano y de grito en grito, entrando y saliendo de escotes, Pascualita fue recorriendo el local de cabo a rabo mientras la abuela corría, alocada, tras ella sin poder darle alcance. Finalmente, la pobre sirena, mareada y sin fuerzas para defenderse, aterrizó en su espectacular souflé que un camarero muy estirado acababa de sacar de la cocina.
El comedor del restaurante era un guiriay. Raro era el comensal que no había sido manchado, salpicado, estremecido por la "gira turística" de Pascualita. Todo el mundo estaba de pie, gritando, gesticulando y pidiendo a gritos la cuenta. La abuela la atrapó, por fin y se la metió en el escote, dejando como evidencia del escondite, un rastro de colores que se perdían por el canalillo. Me apesuré a coger nuestros bolsos y salir pitando de allí, no fuera cosa que me quisieran cobrar daños y perjuicios, me quedaría en bancarrota.
Al día siguiente el escándalo del restaurante era noticia de primera plana en los periódicos. - "Para una vez que voy a un sitio elegante, no sacan mi foto" - se quejó la abuela mientras yo daba gracias a Dios por ello - "y lo que más me duele es que no nos trajimos las sobras" - No te quejes que no las pagamos... Voy a estar años sin pasar por esa calle.
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