sábado, 5 de noviembre de 2011

5 de noviembre de 2011

La abuela, Pascualita y yo salimos a la calle a pesar de la amenaza de lluvia. El cielo estaba encapotado y no auguraba nada bueno pero había que ir a Correos porque, para una carta que escribe la abuela cada cinco o seis años, tiene que echarla en el buzón de la Central, con lo fácil que es ir al del barrio que está dos calles más allá de casa. Esta mujer, de todo, tiene que hacer una ceremonia.
Al adentrarnos por las calles de Palma nos vimos sorprendidas por una enorme marea de gente caminando en manada, casi siempre, en sentido contrario al nuestro lo que significaba que íbamos contra corriente. En algunos momentos nos vimos arrastradas en contra de nuestra voluntad. Por fin pudimos refugiarnos en un bar donde vimos una mesa vacía porque aquella marabunta lo llenaba todo. Preguntamos al camarero la razón de tanto viandante: - "¿Es una manifestacción contra TODO?" - No sería mala idea que lo fuera pero  son turistas que visitan nuestra ciudad - "¿Y por qué salen todos a la vez?" - Han venido en un crucero - en cuanto fuímos puestas al corriente a la abuela le dió un calambrazo que la impulsó a salir corriendo de allí sin esperar a que me terminara mi café con leche - "¡Vamos! quiero ver ese barco... ¡Que lenta eres, hija!" - Si es que quema mucho... No corras que no se irá sin toda esta gente - pero ya no me oía. Había salido de estampida... sin pagar, claro.
Llegamos al mirador de la Seo. Los grandes barcos estaban atracados en la lejanía. - "!Quiero ir de crucero. quiero ir! gritó mientras hacía un zapateado en plan rabieta - ¿Tienes ahorros? es lo único que se necesita. - "No tengo ni cuenta, ya sabes que no me fío de los banqueros" - O sea, que tienes el calcetín vacío. Pues tienes un problema, no te puedes ir. - Inmediatamente su voz y su talante hacia mí cambiaron y pasó a ser la abuela melosa y empalagosa que quiere conseguir algo - "¿A que me lo vas a prestar? ¿A qué sí, guapa? ¿verdad que harás realidad el último deseo de una moribunda?" - la miré asombrada - ¿Quien se está muriendo? - Su mirada lastimosa me indicó que estaba delante de la casi muerta y entonces hice lo que nunca debí hacer. Me reí de ella. La risa me sacudía el cuerpo y no podía parar. ¡Menuda afrenta! - "¡Imbécil!" - me soltó y dando media vuelta caminó en dirección a Cort a un paso tan rápido que no se esperaría nunca de un eminente cadáver - ¡Espérame! - pero, que si quieres arroz, Catalina.
De repente, la marea humana que habíamos visto en las calles de Palma, vino hacia ella y la engulló. Corrí para rescatarla. No podía consentir que fuese arrollada y pisoteada por aquella estampida. Me resultaba imposible verla porque, no sé que debe comer esta gente pero son altísimos. Estaba llegando a la altura del Parlament cuando la oí gritar. Me subí a los soportales y descubrí un tumulto entre la gente: ¡¡¡Abuela, abuela!!! grité. Sobre el jaleo me llegó su voz a trompicones " ¡Hijo de... a! ¡Cab...n! ¡Deja a Pasc... ta! - También se escuchaban lamentos y gritos en varios idiomas. Me abrí paso entre aquella montaña de carne rosada y sudorosa que se interponía entre la abuela y yo. Cuando,  medio asfixiada por los apretujones, llegué hasta ella ví que dos tiarrones la tenían sujeta aunque no por eso dejaba de patalear y más de uno de aquellos turistas se frotaba la espinilla. - ¿¡Qué ha pasado!? - "¡El del jersey verde se lleva a Pascualita! ¡¡¡Quítasela!!!" - El del "jersey verde" hacía dos por dos, un mastodonte a mi lado. En una mano llevaba el termo y entre a los ojos, a Pascualita que se aferraba con uñas y dientes a su carne fofa y ensangrentada. El gritaba y gesticulaba, los demás le abrían pasillo sin atreverse a meter mano al bicho que atacaba a su compatriota. Corrí tras él y le mordí con fuerza en un brazo, inmediatamente, me agaché para no recibir un sopapo y mientras el turista, desorientado, intentaba ver a través de las lágrimas, quién le había atacado ésta vez, yo salté rápida hacia su cara y en un santiamén cogí a Pascualita y el termo y me escabullí hacia una bocacalle. Fue todo tan rápido que nadie supo explicar qué había pasado. Milagrosamente, la abuela dejó de patear y muy educada, pidió que la dejaran en paz, que el ataque de nervios se le había pasado. No se si alguien la entendió, la cuestión es que la soltaron mientras todos iban
a interesarse por el pobre herido que, dicho sea de paso, era un ladrón
De camino a casa la abuela me dijo, a regañadientes, que me perdonaba, a medias, el haberme reído de ella pero había un modo de que el perdón fuera completo: pagarle un crucero - No puedo, es muy caro pero hay un modo de hacerlo, gratis - Sus ojillos cobraron vida inmediatamente - ¡Ya no te mueres! ¿eh? - Déjate de tonterías y dime de que se trata - ¡Ves de polizón! jajajajaja... - Aún me duele la espinilla.

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