martes, 1 de noviembre de 2011

1 de noviembre dde 2011

Después de desayunar, la abuela, mirándome con picardía, me ha propuesto un juego - "Es para que no se me hagan tan largos los días" - ¿Cuánto va a durar el jueguecito? pensaba que serían unas partidas de parchís - "Ay, hija, tu siempre tan sosa... Será muy divertido, ya lo verás jijijiji...¿verdad Pascualita?" - La sirena, como si la entendiera, movió sus manitas, entonces descubrí que llevaba las uñas pintadas de negro - ¿Y ésto? - pregunté mientras las señalaba - "Va adecuada a estos días de luto... Verás, el juego se trata de ver quién de las dos liga más... la que pierda paga una cena... ¿qué. Jugamos? - Cada día se le va más la olla pero como no quiero volver a ponerme a malas con ella le he dicho que sí.
Salimos a la calle cargada, yo, de flores. La abuela, como siempre, se contentaba con llevar a Pascualita en el termo colgado del cuello. Después de hacer mil malabares para que no me rompieran los ramos en el autobús, que iba petado de gente gracias a las "luces" del concejal Vallejo de cuya madre nos acordamos todos, bajamos junto al Camposanto. Deambulando entre las viejas tumbas disfrutábamos de la visión de miles de flores. La abuela hablaba sin parar comentando epitáfios y fotografías antiguas como si los conociera de toda la vida, cosa que no me extrañaría porque es más vieja que Matusalen. Acabé por no escucharla, deseosa de llegar cuanto antes al lugar dónde dejar nuestras flores ¿no podríamos haber hecho el paseo al revés?
Un jaleo cercano me sacó de mis ensoñaciones - ¿Qué pasa, abuela?... ¿Abuela?... ¡¡¡Abuela!!! - alguien me dijo que la señora mayor que iba conmigo se había caído en una tumba... que la lápida era muy vieja... que no pasara pena porque ya habían avisado para que vinieran a sacarla. Corrí hasta el lugar del tumulto: ¡Dejénme pasar, por favor. Es mi abuela! - Estaba espatarrada sobre un ataúd que debía llevar allí más de cien años. Aturdida por el golpe, lanzaba ayes lastimosos que encogían el corazón de cualquiera menos el mío porque sabía que, en esos momentos, estaba disfrutando siendo el centro de atención del Cementerio y quitándole el protagonismo a los muertos. Llegaron unos operarios con una escalera - ¡La rata, la rata! - gritaban algunos - ¡Le va a morder! ¡Que asco! ¡Señora, no toque eso que es una rataaaaa! - Yo estaba deseperada, la "rata" era Pascualita que con la caída había salido despedida del termo y la pobre se arrastraba sobre el viejo ataúd luchando por no ahogarse fuera del agua Uno de los obreros la cogió, soltándola enseguida mientras se llevaba un dedo a la boca - ¡Le ha mordido - gritaba la plebe! ¡cogerá la rabia o nos traerá la peste! - Afortunadamente cayó sobre las faldas de la abuela que, con rapidez la metió en un bolsillo - En pocos minutos la sacaron de la fosa. Tras una rapidísima ojeada echó los brazos al cuello del más atractivo y no objetó nada cuando se la llevó en volandas hasta las oficinas. Mirándome sobre el hombro de aquel joven fornido, me guiñó el ojo y levantó un dedo y luego con dos hizo el signo de la o... ¡ya tenía un ligue, la tía. Ibamos 1 a 0! Y mientras yo me preocupaba por quitarle el termo del cuello y llenarlo con el agua de mar que siempre llevo en una botella. Finalmente pude rescatar a Pascualita del bolsillo y sumergirla. Una vez más le he salvado la vida pero seguro que esta medalla también se la endosará la abuela.

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