domingo, 30 de octubre de 2011

29 de octubre

¡Que paz se respira en casa! Y todo desde el día en que hice saber a la abuela quién manda aquí. ¡Ojalá lo hubiera hecho antes y me hubiese ahorrado muchos disgustos y sobresaltos! El orden ha llegado para quedarse. Ahora ella sabe que soy capáz de cumplir la amenaza y se muestra solícita y sumisa. Me da un poco de pena pero habíamos llegado a un punto en que no se podía seguir así. La verdad es que no me acostumbro al silencio continuado, incluso la tele tiene el volúmen bajo, cosa que me ha echo pensar que lo de la sordera de la abuela era otra patraña suya para ponerla a tope y poder escucharla desde cualquier rincón de la casa.
Cuando le doy conversación responde con monosílabos. Ha perdido la alegría de vivir. Incluso Pascualita está mústia. Ya no sube al borde de la pecera a observar nuestros movimientos y discusiones. Ahora está siempre sumergida, dando vueltas lentamente o dejándose caer en la arena del fondo y dormir hasta hartarse. En parte me gustaría que todo (casi todo) volviera a ser como antes pero no me atrevo a sugerirlo porque a la abuela le das un dedo y te toma entera, no se conforma con el brazo.
Desde nuestro último enfrentamiento he observado que todas las tardes, a la misma hora, salen a la calle Pascualita y ella. Si le pregunto, amablemente, a dónde van, responde: "A San Nicolás". No sé a qué vendrá ese cambio de iglesia porque siempre ha ido al lado de casa pero es bueno que salga y se distraiga y sobre todo que haga ejercicio ya que la iglesia de San Nicolás le coge bastante retirada de casa.
Cuando estoy sola me da por pensar y me figuro que el párroco de dicha iglesia es atractivo, simpático, de esos que se llevan de calle a las beatas y por eso mi abuela va allí. Así que fui a comprobarlo. Una tarde la seguí. También llegué a pensar que me decía lo de San Nicolás porque no quería contarme dónde iba realmente. Pero no me había dicho ninguna mentira. Pero me chocó que no entrara en la iglesia. Se colocó delante de la fachada, miró hacia arriba y levantó la mano en señal de saludo, luego se fue. Intrigada, esperé a que se alejara y tomé su lugar. En principio no ví persona alguna, luego me fijé en un cartel colocado junto a la imagen de San Nicolás en el que dice que a todo el que salude al Santo le serán perdonados los pecados durante cuarenta días. Así que a eso viene la abuela, a que le perdonen los pecados... ¿cúales? ¿los pasados o los venideros? Si son éstos últimos, está haciendo acopio de perdones... ¿por qué? ¿Es qué va a pecar?... ¿Contra quién?... He vuelto a casa pensativa. No sé quién será la persona a la que se la tiene jurada. En todo caso, que la coja confesada.
¡¡¡Ay, Dios mío!!! ¡Me temo que esa persona voy a ser yo! sino, que alguien me explique qué hacían ésta mañana dos ojos de conejo, sanguinolentos, sobre mi almohada!

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