domingo, 30 de octubre de 2011

22 de octubre

Pascualita ha dormido dos días seguidos. Se ve que la pobre lo pasó muy mal con su dolor de muelas. Y esta mañana estaba como una rosa. Ha retomado su actividad nadando arriba y abajo, dando vueltas a la pecera a mucha velocidad y se ha subido no sé las veces, en el borde a contemplar el panorama. Me gusta verla así, por lo menos no suelta esas dentelladas tan peligrosas.
Casi a la hora de comer se ha presentado la curandera. Aún hacía mala cara, la pobre. Me he mostrdo muy solícita con ella pero no la he dejado entrar en la salita. Me ha pillado desprevenida y no me ha dado tiempo de esconder la pecera - Parece que no se encuentra muy bien ¿qué le pasa? - No lo sé pero es como si me hubiese pasado por encima un camión de los grandes cargado de piedras. Tengo mal cuerpo, la boca pastosa y un dolor de cabeza que no me aclaro - ¿Y cómo siendo sanadora, no se hace una cura?- pregunté ingénuamente - Uno mismo no puede hacérselo pero voy a ir a ver a una compañera que me ayudará. Por eso estoy aquí. Para preguntarle a tu abuela qué fue lo que me dió de beber porque estoy segura que ese es el foco de mis males. - Pues... es raro porque ella ... está muy bien. Ahora no está aquí. Lo siento mucho, además no sé a que hora volverá... - Ya me esperaba algo así y he venido preparada... - ¿Cómo dice? - Que me he cargado de paciencia y no pienso moverme de esta casa hasta que hable con esa bruja - ¡Oiga! ¿se refiere a la abuela? - ¿A quién si no? Esperaré en la salita, si no te importa - Y avanzó hacia aquella puerta (que no debía abrir) como si fuera un tanque. Apenas me dio tiempo a llegar y ponerme delante - Esto... perdone pero, no puede pasar... - Frenó en seco y con cara de pocos amigos, replicó - ¿Cómo que no? - ¡Como que no! - contesté yo de manera original. - Venga, déjate de tonterías. Vi que teníais unos sillones muy cómodos y no pienso romperme la espalda esperando en una de estas sillas - Yo había empezado a sudar - Es que... estoy límpiando y está todo manga por hombro - No te molestaré... por ciento, ¿qué era esa cosa que curé el otro día? - Ejem... esto... era una... una sardina - Nena, déjate de bromas que no estoy de humor. Venga, suéltalo - Cuando iba a abrir la boca, entró la abuela. Durante una mílesima de segundo, subió una ceja. No le había hecho ni pizca de gracia esta visita pero disimuló muy bien -" Pero, bueno ¡qué alegría! No esperaba encontrarte aquí... Hija, ¿es que no le has ofrecido nada de beber?" - No hables de bebida que aún se me revuelve el estómago. ¿Qué me diste? - "¿Estaba bueno, eh?" - Sí, lo estaba pero no recuerdo que ninguna bebida me haya tumbado tan rápido. ¿A tí no te pasó nada? - "Bueno, tuve unos mareitos y sueño, mucho sueño, eso sí? Bueno ¿y qué te cuentas?" - He venido por dos cosas y creo que no voy a sacar nada en claro: que me digas que bebí y que era lo que curé. Mira si son preguntas fáciles - "Tienes razón, aunque a veces, lo difícil es la respuesta, jejejeje... - Mientras hablaban, al verlas distraídas, aproveché para entrar en la salita, tapa la pecera y llevármela a mi cuarto. La camuflé con la falda de la camilla que cogí como si me la llevara a lavar, echa un bollo. Fui a pasar por detrás de ellas pero la curandera, que de tonta no tenía un pelo, se apartó para que tuviera que hacerlo entre ellas dos. En cuanto me tuvo a su alcance le dió un tirón a la falda de la camilla gritando ¡Que escondes ahí!. No supe reaccionar y la pecera se  volcó sobre ella mientras Pascualita aterrizaba en su escote- ¡Oh, no. Oh, no! - Pensé que la sirena la respetaría después de lo que había echo por ella pero no conté conque la mujer empezaría a pegar manotazos para sacudirse lo que, ella creía que era una sardina. En un segundo todo fueron manos sobre aquella superficie abultada y trémula como un flan porque a la señora hacía ya muchos años que las carnes prietas la habían abandonado. Pascualita se vio atacada por todas y se defendió como una leona dando colazos , arañazos y mordiscos. Corrí a por mi guante de acero y en un santiamén la tuve en la pecera y escondida. Mientra, la abuela preparaba una taza de tila cargada con chinchón para la pobre mujer que no entendía lo que le había pasado y corría a buscar alcohol, algodón y mercromina para curar las dolorosas y sangrantes heridas. Con voz temblorosa, la sanadora dijo, fuea de sí - ¡Si es una piraña ¿por que dijísteis que era una sardina, malas putas?!

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